Estudió en Buenos Aires y se doctoró en derecho en la Universidad de Charcas en 1791.
Se incorporó a la política ejerciendo varios cargos en el Cabildo de Buenos Aires y en el Cabildo de Luján. Era regidor de éste último en el momento de estallar la Revolución de Mayo, y apoyó a la Primera Junta. Tuvo una participación secundaria tras la revolución del 5 y 6 de abril de 1811.
Fue representante de la ciudad de La Rioja en la Asamblea del año XIII, por influencia de su amigo el general Francisco Ortiz de Ocampo.
Al año siguiente, junto a Antonio Álvarez Jonte, organizó el gobierno de la recién creada Intendencia de San Miguel de Tucumán, por encargo del general Manuel Belgrano; fue también uno de los conjueces nombrados para deslindar responsabilidades por las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.
En 1818 fue consejero y secretario de José Rondeau, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y miembro del comité de la libertad de prensa.
Partidario moderado de los federales de Manuel Dorrego, se salvó de ser perseguido por el Director Pueyrredón por su vínculo con Rondeau.
Durante la anarquía del Año XX se opuso a la facción de Miguel Estanislao Soler y apoyó al gobernador Dorrego.
Representó a la Provincia de Santiago del Estero en el Congreso General de 1824, durante el cual se opuso a la presidencia de Bernardino Rivadavia y a la constitución unitaria de 1826.
Fue diputado provincial por el partido federal de Dorrego a partir de 1827.
Muy insólito sería el hecho de ser amigo de Gaspar Rodríguez de Francia, dictador del Paraguay, con quien mantenía una copiosa correspondencia; fue uno de los muy pocos extranjeros con quien el Supremo se comunicaba asiduamente. Entre otras cosas, le aconsejó gobernar con una Constitución y le pidió por la vida del general Fulgencio Yegros, aunque éste fue en definitiva ejecutado.
Publicó junto con Dorrego el periódico El Argentino, de tendencia federal. Dorrego era propenso a ganarse enemigos y la lucha periodística en que se vio enredado desde el comienzo de su gobierno con el partido unitario derrotado llevó los ánimos a un enfrentamiento apenas latente.
La oportunidad que esperaban los unitarios llegó en el momento del regreso del ejército que había combatido contra el Brasil: sus oficiales estaban abiertamente descontentos con el tratado de paz firmado por Dorrego, por el que la Banda Oriental se convertía en un estado independiente de la Argentina.
Dorrego estaba indefenso: a la luz del día se tramaba una conspiración para derrocarlo. La plana mayor de los generales, sus ex compañeros de exilio, Alvear y Soler, junto con Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz estaban decididos a defenestrarlo. Su mayor hombre de confianza era Ugarteche - aunque no fuese hombre de armas.-
Cuando le dijeron que el general Lavalle —antiguo compañero de armas en el ejército y a quien Dorrego había recomendado en su momento para un ascenso— iba a intentar derrocarlo, rechazó esa posibilidad.
El 1 de diciembre, sin embargo, Lavalle se puso al frente de una revolución y lo derrocó; el gobernador abandonó la capital, para hacerse fuerte en el interior de la provincia. Encargó a los generales Balcarce y Guido que resistieran dentro del Fuerte de Buenos Aires, sede del gobierno, pero éstos entregaron la fortaleza.
Mientras Dorrego se retiraba al sur de la provincia, los unitarios celebraron una elección, en la que sólo participaron ellos, que nombró gobernador a Lavalle.
La elección se hizo de viva voz en el atrio de una iglesia, custodiada por el regimiento de Lavalle. La legislatura fue disuelta y los unitarios anunciaron en la prensa que los sirvientes “volverán a la cocina”.
Dorrego huyó hacia el sur de la provincia y le pidió a Juan Manuel de Rosas, comandante de campaña, que lo apoyase. Rosas le aconsejó que fuese a Santa Fe y le solicitase respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decidió enfrentar a Lavalle dirigiéndose a Navarro.
Imprudentemente, esperó allí a Lavalle y sus hombres, por los que fue fácilmente vencido en la batalla de Navarro.
Lavalle se negó a conversar con él e inmediatamente ordenó que se lo fusilara por traición, tal como se lo había instigado en la reunión del 30 de noviembre a la que fueron, entre otros, Julián Segundo de Agüero, Salvador María del Carril, los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Martín Rodríguez, Ignacio Álvarez Thomas y Valentín Alsina.
Si bien no solicitó clemencia, el valiente coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid permaneció a su lado hasta momentos antes de su fusilamiento.
Su amigo más cercano, Ugarteche nada pudo hacer para evitar su muerte, porque también él estaba sentenciado por los unitarios.
Se hizo partidario de Juan Manuel de Rosas (obviamente como lo había sido su amigo Dorrego) cuando a éste le otorgaron “facultades extraordinarias” el 6 de diciembre de 1829.
Rosas representó y dirigió los intereses particulares de los grupos dominantes de Buenos Aires y a su vez explotó su influencia sobre los sectores populares.
La vida de Ugarteche se truncó antes de la progresiva subordinación del país al sistema político de confederación laxa impuesto por Rosas, desde 1835 a 1852.
Falleció en Buenos Aires el 3 de julio de 1834.
Fue abuelo del poeta uruguayo Manuel Nicolás Ugarteche.