La profesora Guadalupe Palacio de Gómez nos informa: En la actualidad, la refrigeración es el sinónimo de congeladores y refrigeradores, pero la utilización del frío remonta a la época de los pueblos de la Edad Antigua: los egipcios, griegos y romanos que comenzaron a utilizar cuevas naturales para almacenar y conservar nieve y hielo en los periodos templados o cálidos del año con el fin de conservar alimentos. De esta manera, permitía a faraones, reyes y nobles poder disfrutar de alimentos y bebidas frías en el medio que habitaban.
Existen muchas fuentes que describen como se construían estos pozos de nieve, en lugares sombríos y frescos, donde la nieve almacenada se prensaba para compactarla y permitiendo su conservación.
En aquellas épocas esta actividad generaba trabajo y algo de logros entre la cadena de personas serviles que desarrollaban esta actividad. Desde los “boleros” que recogían la nieve, los “guardas” que vigilaban los pozos y los “arrieros” que transportaban durante las horas más frías la cotizada nieve, para reducir al máximo su descongelación.
A lo largo de los siglos se fueron desarrollando técnicas para permitir la congelación superficial de agua contenida en vasijas especiales de barro cocido primero y de metal después.
Las láminas de hielo que se formaban en la superficie se añadían al hielo ya almacenado en los vecinos pozos.
Pasaron los siglos hasta llegar al momento en que los los franceses se convirtieron en los mosqueteros de la lucha por la conservación de alimentos: Papin (la marmita), Appert (el baño maría), Pasteur (la “pasteurización”), toda esta lista es incompleta sino consideramos al inspirado Charles Louis Telliers. Este fue el primer hombre en descubrir y aplicar este procedimiento.
Nacido el 29 de junio de 1828, en Francia, era hijo de un hilandero, Charles se entusiasmo con la mecánica y se dio maña para trabajar con el agua comprimida. Más tarde fue el industrial que inventó la fabricación artificial del hielo, cuya autoría disputó con Ferdinan Carré.
En 1868, Tellier junto con el ganadero Francisco Lecoq unieron fuerzas y organizaron el transporte transatlántico de carne congelada; tal emprendimiento fue un fracaso porque en la travesía se rompieron la máquina y la carne se pudrió.
El terco Charles no se dio por vencido y escribió “Historia de una invención moderna: El frigorífico”, donde explicaba en qué consistía el negocio.
Este era un claro manual de instrucciones para quienes quisieran dedicarse a la importación de novillos desde la Argentina y el Uruguay.
Ingleses y Argentina financiaron la compra del buque que fue bautizado Le frigorifique.
Finalmente, en 1876, Tellier preparó un barco lleno de carne y navegó hasta la ciudad de Buenos Aires para comprobar que su sistema funcionaba, logrando mantener la carne apta para consumo tras 105 días en altamar.
Telliers tuvo sus grandes problemas, pero los ganaderos argentinos se convirtieron en multimillonarios y el país pasó a ser uno de los más ricos de la tierra.
Charles Telliers recibió tardías condecoraciones y contados reconocimientos económicos en nuestro país y en el mundo, pero tenemos que reconocer que gracias a él la cantidad de hombres en Europa que paliaron su hambre con carne argentina.
Cabe destacar que el año anterior (1867) Tellier había construido el llamado “caballo amónico”, un motor de aire comprimido compuesto por gas amoníaco líquido, capaz de arrastrar un tractor.
Por último, y no menos importante, es importante mencionar que el científico Charles Louis Tellier falleció en el año 1913.
Fundido en la pobreza y poco antes de morir dijo a uno de sus allegados: “El convoy de los pobres me espera, pero la suerte final de los trabajadores no me asusta”.