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Rosas tenía bajo sus directivas en su residencia de Palermo, más de trescientas personas ocupadas en el manejo de su gobierno y el mantenimiento de esa propiedad. Vestido a la usanza de un granjero inglés, a los 59 años lucía una esbelta estampa y su esposa, Encarnación Ezcurra, no tan agraciada en sus facciones, era una activa líder en el partido federal. Encarnación compartiendo con él su devoción por el trabajo del Estado.
Al fallecer Encarnación en 1838, quedaron anuladas en la casa las grandes reuniones sociales, pero se realizaban tertulias semanales congregando a familias de relevante estirpe federal, pero ya no fastuosas como solían acontecer en vida de la Primera dama. Aducían que “la tristeza era una enfermedad unitaria”.
La Legislatura, las autoridades y el pueblo creían que Manuela Robustiana Rosas, con 21 años podía ejercitar legítimamente la representación de su padre, por entonces gobernador de Buenos Aires. Pero los celos de don Juan Manuel de Rosas, eran tan extremos que llegaron hasta la vida afectiva de la joven.
A Manuelita no le faltaban admiradores, locales y extranjeros, federales y unitarios. Entre ellos Dalmacio Vélez Sarsfield y José Mármol (el peor enemigo político de su padre).
Se agregaron a la lista hasta diplomáticos, pero solo un apuesto joven oficial cordobés, Marcos Arredondo, ocupó su corazón, desde que ocasionalmente ambos se conocieron en la Iglesia del Pilar.
Atracción mutua que no prospero por causa de que la mayoría de los pretendientes preferían mantener prudente distancia de la atractiva señorita refinada y dulce en sus maneras, por temor a las represalias del caudillo.
Su único defecto era obedecer a ese padre demasiado egoísta, exigente, y dispuesto a censurar las relaciones sentimentales de esa hija que siempre lo acompañaba.
También fue consejera y mediadora en la casona de Palermo, residencia y sede gubernamental existiendo el célebre “Aroma del perdón”, un árbol bajo cuya sombra, la hija convencía al padre en algunos casos en el que se debatía la vida de los condenados.
El gobernador recibió varios pedido de manos -hecho que los historiadores no pueden descifrar-.
Hasta que un día menos pensado, las emociones y sentimientos de la joven tenían un dueño, Máximo Terrero, hijo de Juan Nepomuceno Terrero, amigo íntimo y socio de Rosas.
Frecuentaba la quinta de Palermo y participo en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) donde en un principio fue tomado prisionero, porque en esa oportunidad tenia puesta una corbata color rojo punzó que le había regalado su secreta novia.
Vencido Rosas en Caseros marcharon padre e hija rumbo a Londres, Inglaterra. Manuelita, con 36 años resolvió revelarse al padre sobreprotector, casándose por fin con Terrero en suelo británico el 23 de octubre de 1852 en la iglesia católica de Southampton y tuvieron dos hijos: Manuel Máximo Juan Nepomuceno Terrero y Rosas) y Rodrigo Tomás Terrero y Rosas.
Don Juan Manuel lo considero una traición porque ella le había prometido que jamás se casaría.
Enojado no asistió a la boda pero si le envió un regalo: un Álbum con el árbol genealógico de la familia.
Con el tiempo el padre pudo aminorar sus celos, aceptando a su yerno.
Manuelita también obtuvo también el perdón para ella.
Falleció en Londres en 1898, sin haber regresado a la Argentina desde la Batalla de Caseros, después de haber llevado una vida tranquila en el exilio, junto a su marido y convertida en una regordeta dama, madre de una hermosa familia, que cuidó al abuelo hasta su muerte en 1877.
Bibliografía
IBAGUREN, Carlos. Manuelita Rosas, Carlos y Roberto Nalé Editores, Bs. As. 1953.
SÁNCHEZ ZINNY, E. F. Manuela de Rosas y Ezcurra - Verdad y leyenda de su vida, Bs. As. 1942.
Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1987.
Topografía
Usamos la establecida en Rosas Juan Manuel de