¿Sabían ustedes el significado de un recorrido por los cementerios de Rosario?
Originalmente, los primeros entierros se hacían en la capilla de la plaza 25 de Mayo, hoy la Catedral. Sin embargo, en 1810 aquel espacio se cerró por encontrarse demasiado cercano al centro del pueblo que por entonces era Rosario.
No fue la primera necrópolis de Rosario, pero actualmente es la más antigua. Hace 168 años, el 7 de julio de 1856, abrió sus puertas y hoy alberga un importante patrimonio. La relación de los rosarinos con la muerte cambió con el tiempo. En el pasado visitar las tumbas de familiares y amigos podía ser motivo de festejo y celebración.
Ahora parece muy lejano en el tiempo o vinculado a las tradiciones de otras regiones y países, pero a fines del siglo XIX la relación de los rosarinos con la muerte era muy distinta a la actual. Era costumbre que los primeros días de noviembre el cementerio El Salvador, ubicado en Ovidio Lagos y Pellegrini, recibiera un aluvión de hombres, mujeres y niños que decidían pasar la tarde junto a la tumba de un ser querido.
Esta fecha no es casual. Había -y todavía persiste- dos celebraciones importantes. El Día de Todos los Santos, el 1º de noviembre, y el Día de los Fieles Difuntos, el 2 del mismo mes, son festividades que quizás en la Rosario del siglo XXI parecen no tener relevancia. La primera fecha celebra a los difuntos que, habiendo superado el purgatorio, se han santificado totalmente, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna.
La segunda, también conocida como el Día de los Muertos, tiene como objetivo recordar a quienes han acabado su vida terrenal y, en el caso católico, rezar por quienes se encuentran en estado de purificación en el purgatorio. Estos dos momentos tuvieron un importante peso para los rosarinos del pasado y sus celebraciones formaban parte de las costumbres de la época.
La solemnidad con la que, en el presente, se acostumbra a tratar la muerte todavía no impregnaba a aquella Rosario antigua.
Celebrar, recordar y conmemorar a los muertos era justamente eso: un festejo. Tanto es así que el estado municipal tuvo que intervenir, en 1887, para controlar algunos desmanes que se producían en la necrópolis.
Hasta 1886, en los dos primeros días de noviembre, se armaban carpas en las afueras del cementerio El Salvador para vender comidas y bebidas a quienes se acercaban para honrar a sus muertos. Según los diarios de la época, dentro de la necrópolis las personas se reunían a tomar mates y cerveza, tocar la guitarra y comer algo comprado afuera o cocinado para la ocasión.
El diario La Capital reportaba en aquel entonces: “Por todas partes veíanse grupos de jóvenes de uno y otro sexo tomando mate, bebiendo sendas copas de cerveza o devorando algún pollo que expresamente para ese acto habían preparado”. Además, se señalaba que muchos se entretenían tomando mate “al son de una guitarra, riendo y jaraneando cual si se tratara de una fiesta”.
Hasta 1886, en los dos primeros días de noviembre, se armaban carpas en las afueras del cementerio El Salvador para vender comidas y bebidas a quienes se acercaban para honrar a sus muertos. Según los diarios de la época, dentro de la necrópolis las personas se reunían a tomar mates y cerveza, tocar la guitarra y comer algo comprado afuera o cocinado para la ocasión.
El diario La Capital reportaba en aquel entonces: “Por todas partes veíanse grupos de jóvenes de uno y otro sexo tomando mate, bebiendo sendas copas de cerveza o devorando algún pollo que expresamente para ese acto habían preparado”. Además, se señalaba que muchos se entretenían tomando mate “al son de una guitarra, riendo y jaraneando cual si se tratara de una fiesta”.
“Carpas donde muchos jóvenes entregábanse con exceso a la bebida, faltando el respeto a las familias que acudían al cementerio a venerar los restos de sus deudos y promoviendo continuos bochinches, de lo que siempre resultaba algún herido, cuando no muertos”, continuaba el periódico con tono alarmante.
Entonces, en 1887 la policía se hizo presente en la puerta de la necrópolis y se terminaron las carpas, las bebidas alcohólicas y la venta de comida. El estado municipal prohibió a partir de entonces la instalación de carpas por fuera del cementerio. Sin embargo, la gente siguió yendo y las reuniones multitudinarias no disminuyeron.
A partir de esa época la burguesía empezó a planificar cómo sería aquella necrópolis.
Con el paso de los años, fueron apareciendo los grandes mausoleos de las familias adineradas que buscaban hacer una ostentación de sus riquezas y status no sólo en vida sino que también en el ámbito funerario. Por eso, muchas veces los arquitectos que levantaban sus grandes mansiones residenciales eran los mismos que construían sus panteones. La exhibición de la opulencia tenía también un sentido: la gente iba de manera recurrente al cementerio a honrar a sus muertos.
La relación con la muerte era distinta y el cementerio no era un espacio alejado y hermético como a veces se piensa, sino que era un lugar más de la ciudad, un escenario que congregaba a cientos de rosarinos.
Un recorrido por los cementerios de Rosario
Originalmente, los primeros entierros se hacían en la capilla de la plaza 25 de Mayo, hoy la Catedral. Sin embargo, en 1810 aquel espacio se cerró por encontrarse demasiado cercano al centro del pueblo que por entonces era Rosario.
Las tumbas se trasladaron y ubicaron en otro lugar. Al lado del río, el segundo cementerio de la ciudad se construyó donde posteriormente estaría la estación del ferrocarril Rosario Central y donde muchísimo tiempo después se levantaría la Isla de los Inventos. Sin embargo, aquella necrópolis, ubicada inconvenientemente en la barranca, terminó sufriendo el accionar del río y muchas tumbas se las llevó el Paraná.
Finalmente, después de comprobar que Rosario seguía creciendo y necesitaba un enterratorio más grande y alejado, se inauguró el cementerio El Salvador el 7 de julio de 1856. Era un espacio con pocas tumbas sobre la tierra de las cuales muy pocas quedan en pie en la actualidad.
En 1867 la Cámara de representantes de la provincia de Santa Fe sancionó una ley que indicaba que los cementerios públicos provinciales pertenecerían, a partir de entonces, a las municipalidades y dejaban de estar bajo el dominio de la iglesia.
Aunque obtuvo su nombre recién en 1891, por decisión del intendente Gabriel Carrasco.
Años más tarde, el arquitecto alemán Oswall Menzel construyó una fachada de gran significación arquitectónica a nivel nacional y circunscripta a los criterios del neoclasicismo griego con los cánones del orden dórico.
Hoy al recorrer las calles del cementerio descubrimos que el hombre tanto en la vida como en la muerte muestra sus pasiones: ostentación, opulencia, lujo y orgullo. Lo demuestra el paulatino crecimiento en tamaño, decoración y características de los panteones que se fueron construyendo.
Sobre la calle principal los solares fueron adquiridos por las prominentes familias de Rosario desde finales del siglo XIX y principios del XX. Obras escultóricas de los reconocidos artistas plásticos Luis Fontana y Juan Scarabelli.
En la actualidad ocupa unas cinco hectáreas comprendidas por las calles Ovidio Lagos, Av. Pellegrini, Av. Godoy y Av. Francia, donde se emplazan más de 50.000 tumbas, estimativamente.
Reitero hoy emergente de la red urbana, aguarda en silencio el reconocimiento del valor que encierra su iconografía, la fastuosidad y la representatividad de sus monumentos, o simplemente la mirada atenta de los rosarinos y visitantes, que reconozcan en él, la historia de muchas vidas vividas.
Más tarde, el arquitecto alemán Oswall Menzel construyó una fachada de gran significación arquitectónica a nivel nacional y circunscripto a los criterios del neoclasicismo griego con los cánones del orden dórico.
Hoy al recorrer las calles del cementerio descubrimos que el hombre tanto en la vida como en el universo de la muerte muestra sus pasiones: ostentación, opulencia, lujo y orgullo. Lo demuestra el paulatino crecimiento en tamaño, decoración y características de los panteones que se fueron construyendo.