Así estudió Pedro Ignacio Rivera en la tierra donde había nacido, Mizque, población altoperuana en 1753.
El 10 de octubre de 1793 obtuvo el título en derecho civil en la Universidad de Charcas. En esa misma ciudad se incorporó a la Real Audiencia para ejercer como abogado, desempeñándose también con el grado de coronel como jefe de milicias en la ciudad de Mizque.
Posteriormente respondiendo a su fibra artística, se fue a trabajar como azoguero en Oruro, obsequiando una lámina de oro y plata grabada a Buenos Aires por su triunfo en las invasiones inglesas en su cargo como “Síndico procurador general de su Cabildo”.
La rivalidad entre la Audiencia y el cabildo secular contra el presidente García Pizarro, y del Arzobispo contra el clero y su sínodo, originaron un movimiento revolucionario en 1809, del cual Rivera fue dirigente, y tocándole intervenir en forma destacada como mediador entre la Iglesia y el pueblo, acontecimiento que le originaron tenaces persecuciones.
Dejó un relato escrito de los hechos en el periódico “El Investigador” (que se publicó en Buenos Aires, 1826).
Representante de su ciudad natal a la Asamblea General Constituyente, se incorporó a ella el 23 de octubre de 1812, ligando su nombre a proyectos y leyes de importancia. En 1815 ejerció la vicepresidencia de ese cuerpo legislativo.
Diputado por Mizque, al Congreso de Tucumán, se incorporó en la sesión del 26 de marzo de 1816 y por unanimidad de votos resultó electo vicepresidente, en la sesión del 24 de abril, solicitando inmediato auxilio al ejército del Alto Perú al pronunciar un elocuente discurso; en la sesión del 9 de julio, en la que se aclamó la Independencia nacional y firmó el acta respectiva.
Dice Mitre: “Los hombres en quienes los pueblos se fijaron para delegar en ellos su soberanía, fueron los más dignos y respetables de cada provincia. Pero, con raras excepciones, sus nombres eran desconocidos. Algunos eran pobres…
Llegaban algunos en carreta, otros a caballo y los demás en mulas, a través de los montes.
El Directorio comprensivo de la situación económica de muchos de los representantes, decidió que el cuerpo se reuniera con sólo las dos terceras partes de sus miembros. El de más escasos recursos era el doctor Pedro Ignacio Rivera, que llegó desde Mizque a lomo de una mula de la altiplanicie. En Tucumán se hospedó en la casa de pensión de una viuda y al término de las sesiones Rivera se encontró sin dinero para abonar el alojamiento a la patrona.
Explicó: -Lo único que poseo- es mi libertad. Se la entrego con gusto en pago de mi deuda. Y casóse con la patrona.”
Nos relata el historiador Furlong y otros autores en la obra:”El Congreso de Tucumán” Biblioteca de Estudios Históricos.Pág.122, mayo de 1966: “Al tratarse la forma de gobierno dejó sentada su opinión a favor de la monarquía y según consta en "El Redactor" en otro largo discurso cuyo argumento fue persuadir que era “una acto de necesidad, de conveniencia y de justicia, adoptar la forma monárquica temperada, bajo la dinastía de los antiguos incas”.
Presidió la reunión del Congreso en el primer aniversario de la declaración de la Independencia,(1826) oportunidad en la que pronunció un inspirado discurso en respuesta a la arenga del Director Supremo, General Pueyrredón
Intervino en los debates y sanción de la Constitución de 1819, continuando en el Congreso hasta su disolución. Posteriormente residió en Buenos Aires, donde falleció el 17 de febrero de 1833.
Es autor del proyecto de formación del ejército, fijando la contribución de cada provincia en un cinco por ciento de reclutas, sobre el número de sus habitantes.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se recuerda su nombre en una de sus calles y en nuestra ciudad también.