La ciudad le debe el nombre al despiste de un navegante, el Almirante Gonzalo Coelhoque, cuando el 1° de enero de 1502, confundió la bahía de Guanabara con la desembocadura de un río, y al no encontrar mejor inspiración que la del calendario, llamó al lugar Río de Janeiro o sea Río de Enero (en portugués), asiente Elba Vercellini en Revista Nueva, 1994.
Durante el siglo XVII las costas brasileiras fueron teatro de de constantes asaltos de piratas y filibusteros ingleses, franceses y holandeses ansiosos de perlas y piedras preciosa que se embarcaban para Europa.
Cuando Brasil pasó de colonia a virreinato en 1763, la capital se trasladó de Bahía a Río de Janeiro, todavía una aldea pequeña y aburrida, pero a un paso del oro de Mina Gerais
Invadido Portugal en 1807 por Francia, como consecuencia de su alianza con Inglaterra, don Juan, príncipe regente, decidió trasladarse a Río de Janeiro, adonde arribó con la familia real y toda la nobleza portuguesa, funcionarios de gobierno y familias de la aristocracia.
Durante el reinado de Joao VI ya pintaba como ciudad civilizada con Academia de Bellas Artes, Museo Nacional, Jardín Botánico, un banco y un periódico.
Pero el ejemplo de emancipación se produjo cuando a los franceses se les ocurrió fundar allí La France Antartique y los portugueses para echar a los intrusos, tuvieron que luchar durante cinco años hasta el día de San Sebastián. Así que lo eligieron patrono de la ciudad, oficialmente bautizada Sao Sebastiao de Río de Janeiro”.
Durante los años que siguieron, fue la primera ciudad de Brasil con una urbanización vertiginosa.
A falta de espacio los cariocas no pensaron otra cosa que la demolición y sólo un puñado de monumentos quedó a la sombra de altos edificios administrativos.
En el siglo XX las favelas, densas villas miseria enclavadas en los morros que rodean la bahía de Guanabara, eran apenas una pincelada pintoresca en el carnaval de Río, cuyos costados sangrientos mostrara por primera vez Marcel Camus en 1959 en su filme Orfeo Negro.
Fabelas cuyos habitantes irrumpieron en las calles de Río y en los hoteles internacionales con el objeto de apoderarse de los ajeno haciendo agua la seguridad y provocando el despegue del lugar de artistas , políticos y empresarios extranjeros.
El panorama era oscuro para Río pero felizmente gracias a una política de Estado efectiva contra la inseguridad, la ciudad y todo Brasil pudo recuperar el turismo perdido.
Hoy la vida en ella es sensual y bulliciosa en torno a sus playas, tanto para los cariocas como para los que la visitan.
Todo es un verdadero paraíso tropical donde se conjuga el sol, la música, el color y la alegría ofreciendo al turista un confiable clima de bienvenida.