Expresa Pedro Vicente Cañete y Domínguez en su obra “Potosí colonial; guía histórica, geográfica, política, civil y legal del gobierno e Intendencia de la provincia del Potosí.” La Paz, 1939: “Dicen que en el siglo XVI hasta las herraduras de los caballos eran de plata, es decir que en la época del auge de la ciudad de Potosí.
De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones: en 1658, para la celebración del Corpus Christie, las calles de la ciudad fueron desempedradas, desde la matriz hasta la iglesia de Recoletos, y totalmente cubiertas con barras de plata.
En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desato el despilfarro y la aventura”.
“La espada y la cruz marchaban juntas en la conquista y en el despojo colonial. Para arrancar la plata de América, se dieron cita en Potosí, los capitanes y los ascetas, los caballeros de lidia, los apóstoles, los soldados y los frailes. Convertidas en piñas y lingotes las vísceras del cerro alimentaron sustancialmente de desarrollo de Europa” asiente Eduardo Galeano.
La historia de Potosí no había nacido con los españoles. Tiempo antes de la conquista, el Inca Huayna Cápac había oído hablar del cerro hermoso, y por fin pudo verlo cuando se hizo llevar enfermo, a las termas de Tarapaya.
Los ojos del Inca contemplaron por primera vez aquel con perfecto, que se alzaba orgulloso por entre las altas cumbres de las serranías. Quedó estupefacto. Las infinitas tonalidades rojizas, la forma esbelta y el tamaño gigantesco del cerro siguieron siendo motivo de de admiración y asombro en los tiempos siguientes.
El oro y la plata que los incas arrancaban de las minas de Colque Orco y Andacaba no salían de los límites de su imperio, sólo servían para adorar a los dioses.
Ni bien los mineros indígenas clavaron sus pedernales en los filones de plata del cerro hermoso, una voz cavernosa los derribó.