A partir de 1820 cada provincia era virtualmente independiente y todas languidecían en la pobreza y el aislamiento.
En cambio, la provincia de Buenos Aires gobernada por Martín Rodríguez y, en los hechos, por Bernardino Rivadavia, contaba con pingües ingresos aduaneros que ya no se destinaban a necesidades nacionales como había ocurrido hasta el año 20, sino a temas locales.
Existía, entonces, el centralismo bonaerense con cierto egoísmo lugareño: si la provincia se las arreglaba pasablemente bien ¿a qué ocuparse de esas hermanas pobres, atrasadas y revoltosas?
Contra esa situación se levantó el caudillismo, régimen donde predominaba la idea de un jefe local conduciendo a las masas rurales contra el gobierno y las elites urbanas.
El caudillo apareció entonces, como un jefe de guerra, dominando sus tropas que no eran profesionales, sino que estaban compuestas por grupos armados, organizados sobre la base de un sistema informal de obediencia que se sostenía por relaciones de tipo patrón – peón o protector – protegido.
Estallaron continuas guerras intestinas donde hombres singulares debieron luchar con una especie letal de terrorismo: el mismo que prolongó la organización del país durante más de medio siglo.
Una de estas batallas fue la de Oncativo, conocida también por Laguna Larga que daría un merecido brillo militar a Gregorio Aráoz de Lamadrid y a los coroneles Pedernera, Pascual Pringles, Luis Videla, Arengreen y otro puñado de héroes.
Un lustro antes de su muerte violenta en Barranca Yaco, Juan Facundo Quiroga debió morder el polvo frente a la embestida del “Manco Paz”.
El caso fue que Lamadrid, al frente de veinticinco voluntarios, obtuvo la autorización de Paz para perseguir a Quiroga, que huía hacia el sur acompañado por trescientos hombres en formación de batalla, pensando “que soldado que huye sirve para otra guerra”, no galopaba, volaba mientras serían lanceados sus gauchos de la retaguardia.
El mismo Lamadrid reconocería en su testimonio, que dio repetidas órdenes para que mataran a quienes iban quedando en el camino: “Lanceen a esos hombres, - dije a mis sargentos bárbaramente, y lo sentí después - el calificativo de Lamadrid de “bárbaro” fue su mejor autocrítica.
Bárbaro fue su comportamiento, como bárbaras fueron las acciones de aquellos hombres de ambos bandos enceguecidos en la dolorosa guerra civil.
De tanto en tanto dos o tres soldados de Quiroga continuaban abandonando el grueso de su tropa, y cansados sus caballos, eran detenidos e interrogados por las fuerzas unitarias sobre la posición exacta del Tigre de los Llanos.
Esos reclutas, no les importaba morir, porque en sus declaraciones perfilaban a su jefe como un dios por el que sentían una ciega admiración.
Acota Armando Alonso Piñeiro con referencia a la batalla de Oncativo : Entre las luces y sombras de una época dura, sangrienta y primitiva, fue un acto de solidaridad (mezcla de ideología, humanidad y profesión de fe) encarnando una brecha luminosa de superación, el hecho que el mismo Facundo Quiroga después en Buenos Aires dijera: “El general Paz me ha derrotado en regla, con figuras de contradanza.”
Era un homenaje profesional del astuto jefe riojano a su camarada de armas y adversario, un general Paz aureolado por repetidas victorias y un diestro conocimiento del arte bélico.
José Carlos Chiaramonte, historiador revisionista, reinterpreta “que los estados autónomos provinciales surgidos a partir de 1820, después del intento de los caudillos de construir un estado rioplatense lejos del predominio de Buenos Aires, seria obra de ellos mismos”.
Bibliografía:
Piñeiro Alonso Armando: 25 de febrero de 1930: “Barbarie y humanidad en luchas intestinas”.
Cronología Histórica Argentina. Ediciones Depalma. Buenos Aires 1981.
Oncativo. Calle. Topografía:
Corre de E. a O. a la altura de Vedia 3900.
Con anterioridad se aplicó ese nombre por D. 24.563 del año 1960, a una calle desaparecida como consecuencia del trazado del barrio Parquefield y de la Avenida de Circunvalación 235 de Mayo.