Expresa Elida Bustos en el diario La Nación: “La de los Boglietti, en Resistencia, era una casa abierta, bohemia, con muchos amigos que entraban y salían todo el tiempo. Desde la década de 1940 acogió las vanguardias artísticas de la época. Allí se gestó el germen que décadas más tarde haría florecer a la capital chaqueña como la Ciudad de las Esculturas.”
¿Quién se iba a negar a pasar por la casa de los Boglietti en la década del 40 o 50? Nadie. Allí se respiraba talento, creatividad, buen humor y eran inagotables las veladas con pintores, escultores, músicos y artistas.
En 1945, Juan de Dios Mena, el eterno ambulante ancló en Resistencia y no teniendo dónde hospedarse, un tal Boglietti lo acogió en su casa guareciéndolo del mal tiempo reinante.
Nacería así una amistad entrañable que daría como fruto la creación del “Fogón de los arrieros”.
El hogar de los hermanos Aldo y Efraín, en Resistencia, era “una luz en el medio del monte”, reflexiona Daniel Moscatelli, presidente de El Fogón de los Arrieros, la entidad que nació en esa casa y fue un espacio abierto a la vanguardia de todas las expresiones artísticas.
El paralelismo puede darse con el Instituto Di Tella, de Buenos Aires, pero increíblemente dos décadas antes y en el interior.
La chispa, carisma y bonhomía de los Boglietti, principalmente de Aldo, fue la clave.
A la vivienda de Brown 188 llegaba todo el mundo, locales o visitantes, artistas o políticos. Y, como dijera el escultor Juan de Dios Mena, el lugar se asemejaba a un fogón, un fogón al que llegaban los arrieros, compartían un rato y seguían su camino.
Su frase dio nombre a la institución cultural más antigua de Resistencia –y quizás del noreste–, elevada hoy a la categoría de lugar entrañable y casi mítico por los personajes que pasaron por allí.
“Un par de veces fue Borges a dar conferencias; y Jean-Paul Sartre le escribía a Hilda (Torres Varela, compañera de Aldo) porque sus obras se representaban allí”, dice Moscatelli.
También se hicieron asiduos visitantes el escultor Stepan Erzia –considerado el Rodin ruso, que vivía en Buenos Aires–, Ariel Ramírez, Félix Luna, Jorge Romero Brest… Pero lejos de las veladas paquetas que uno podría imaginarse en aquel territorio que ni siquiera era provincia, los encuentros eran de amigos y, por lo tanto, desacantonados, abiertos y llenos de humor.
Juan de Dios Mena, creador del “Rincón de los arrieros” nació en Puerto Gaboto, provincia de Santa Fe, en 1897, seguramente en un hogar de condiciones económicas muy bajas.
Fue soldado de la Escuadrón de Seguridad en Rosario, más su espíritu de alma viajera lo llevó a tentar suerte en Buenos Aires, ciudad donde muy pocos sin recursos ni enlaces socio – políticos, tenían la suerte de progresar.
Circunstancia que lo obligó a recalar en el Chaco.
Mena hombre aventurero y capaz de realizar múltiples oficios modestos, fue encargado de un bar en Resistencia, peón de estancia, mayordomo de un campo, hasta realizar sus sueños poco remunerativos: “poeta y tallador.”
Según Alfredo Veiravé: “Al principio fue el testimonio de esa facilidad propia del artista, para transformar en imágenes su mundo interior.”
Más tarde, contemplando sus “tapes” como llamaba cariñosamente a sus pequeñas tallas, y a medida que esas figuras se independizaban de él, comenzó a comprender lo que tal vez fuera inexplicable.
Una vez, sostuvo con un periodista este diálogo revelador sobre sus creaciones: “A veces, les doy una intención que no se me ocurría al principio. Se me escapa el cortaplumas ¿Sabe? Y hace de las suyas...”
Entre 1932 y 1954, año de su muerte, Mena fue transformando los recursos del modelador que hizo posible su estilo pintoresco y distintivo de tallador de madera.
En su trayectoria plástica pueden distinguirse tres etapas bien definidas: la primera rudimentaria casi grotesca, la segunda adquiriendo mayor proporcionalidad en las figuras, rostros llenos de significado a veces oculto cuya lectura es la del alma y la última conformadas dentro del estilo y abstracto.
En ese campo ya sería dueño de un cambio fundamental, acercándose más al arte universal que a imágenes (que caracterizaron a la génesis de sus creaciones).
Sentir cosas, transmitirlas era su modo de vivir, por ello en 1931 Mena publicó poesías llamadas “Virolas y otras chafalonías “, las que diez años después tomarían el nombre de “Virolas”, en las que volcó las cosas y personajes simples y cotidianos, revelando el don de la observación y su poder de síntesis. Por ejemplo pintó con palabras justas el perfil de un paisano que llamó “El zonzo”.
Era el viejo fogón de una casa en la calle Brown de la capital chaqueña, que con el devenir del tiempo se convirtió en una galería de exposición de distintas áreas del arte.
La parte superior de dicha estructura fue destinada para albergue de ambos artistas, aunque Mena nunca llegó a habitarla por sorprenderlo la muerte en 1954.
El Fogón de los arrieros entre tanto proyectó su nombre y la fecundidad de su rica como extensa obra, dentro de la temática que la caracterizó.
Así como al tallista le faltaban pocos trazos para mostrar la figura humana con toda la carga de su destino, al poeta le alcanzaban pocas palabras para contarnos una historia.
Bibliografía:
Veiravé Alfredo: “El fogón de los arrieros” en Paraná: Pariente del mar. Pág. 389 y sig. Editorial Biblioteca.
Mena. Calle, Topografía:
Corre de E. a O. entre Av. Circunvalación y Gómez Cornet. Barrio Parquefield.
Se le impuso ese nombre por D. 4672 del año 1977.
Recuerda al aventurero tallista y poeta criollo, Juan de Dios Mena (1897 – 1954) creador del centro de exposiciones artísticas “El Fogón de los Arrieros”.