Mapic es un vocablo toba que significa “algarrobo”.
Nos dice Luis Leopoldo Franco en “Nuestro padre, el árbol” en Biblioteca de Oro del estudiante. Producciones García Ferré, .20 de setiembre de 1994: “En muchas comarcas de nuestro país, cuando se dice árbol a secas, se sobreentiende que se trata del algarrobo.
Hay algarrobo blanco, negro y colorado que se diferencian más por su color que por sus fallas y virtudes, tal como ocurre entre los hombres.
El algarrobo, como coterráneo del criollo de nuestros campos, no es exigente porque acepta cualquier suelo, con excepción del muy gredoso y, cuando no le queda más remedio mete sus raíces como cuñas de minero entre las rocas más intratables. Y de lluvias se conforma con una que otra de ésas que se retardan como chico mal mandado.
No le faltan enemigos, desde el ganado al granizo y desde el hombre a la polilla, pero los aguanta con filosofía ¿Qué de sus ramas se erizan de espinas semejantes a leznas? Sí, pero no para defenderse de los hombres o bestias, sino de la sed.
El algarrobo suministra la mejor madera para que la mayoría de nuestros hombres de campo hagan como coplas de la boca de un payador, puertas, dinteles, cumbreras, horcones, morteros, bateas (hoy llamadas tablas) de lavar o amasar y hasta cabos de rebenque.
Por ley, el esqueleto de los ranchos de la pampa cimarrona de antes, también era de algarrobo.
Su fruto es una vaina rubilinga o morocha parecida al del poroto, que sus semillas están envueltas en un tuétano no menos dulce que la miel, y la algarroba resulta un manjartan codiciado como el maná para los expedicionarios de Moisés en el desierto, para hombres y ganado mayor y menor sin excluir chanchos, conejos, ratones y gorgojos.
Molida y disuelta en agua es un refresco delicioso como el mejor pago en bares y confiterías.
Fermentada, produce la aloja, un rival indígena del vino y la cerveza, ya que los nativos se embriagaban con ella particularmente, antes de salir a guerrear o en sus particulares festividades.
Con la algarroba seca y reducida a harina y pasada por el molde y el horno se elabora el patay, bizcochuelo de los pobres.
Y como si fuera poco, sus hojas y su corteza son ricas en tanino, es decir, un regalo para las curtiembres.
El algarrobo en el algarrobal, gracias a su espíritu de competencia para ganar la luz, llega a asumir una ambiciosa estatura. Aislado gana en corpulencia, en sombra y fruta. Su copa se vuelve a veces tan ancha que puede dar sombra a un rebaño.”
Del árbol cuelgan como largos dedos de manos dadivosas las algarrobas, y el árbol ebrio de dulzura, se asemeja a la enredadera de la vid que aprisiona el sol en sus racimos oscuros.
Por último, Luis Franco para terminar su exposición dice: “Mi devoción por el gran árbol indio viene en parte, al menos, de tres casualidades. Yo nací a unos treinta metros de un algarrobo que aún existe y que es el mayor que he visto en mi vida, alguien con hondura y rumor de selva… Su tronco, tan fornido como vertical y ambicioso, remonta a pleno cielo una copa capaz de dar sombra a un escuadrón de granaderos a caballo o una tribu de gitanos. Y a ella me trepaba, en mi niñez, una parar ver como maduraba en otoño sus granos para regalo de los pájaros uveros.
El autor expresa: álamo, roble, pino, eucalipto, cohiue o algarrobo son árboles que pueden ser tan vastos como un bosque, pero su semilla cabe en el puño de un niño de cuna.