MANGORÉ

A la llegada de los conquistadores españoles, todas las tierras del Río de la Plata se encontraban en manos de primitivos dueños, los indígenas.

De 1550 en adelante se produjo la fundación de las primeras poblaciones  y el choque  y amagamiento de dos razas:el aborigen y el hispánico.

Esos primeros pueblos se establecieron como mojones de los caminos que seguiría la conquista de estas desconocidas vastedades geográficas.

En el invierno de 1527, diez años que Mendoza erigiera Buenos Aires, Sebastián Gaboto levantó en la boca del Carcarañá, el primer asentamiento blanco en territorio argentino: Sancti Spíritu, el que sería destruido por los temibles guaraníes de las islas varios meses después.

El veneciano ansiaba abordar unas sierras preñadas de metales preciosos, feudo del Rey Blanco – según noticias que habían llegado a sus oídos. No obstante sentó bases en el lugar, convocando a los aborígenes comarcanos para “darles las paces” y establecer un fructífero trueque: los querandíes  suministrarían carne de venado, ñandúes; los timbúes: pescado y caracaraés: calabazas, habas y abatí o maíz, mientras los invasores prodigarían: cuchillos de metal, paños, espejos, agujas y algunos anzuelos.

Gaboto era inflexible con aquellos que infringían reglas de convivencia, llegando a azotar, enclavarla mano o desorejar a alguno de los suyos que robara a un indio.
De modo que los días del primer sitio español en territorio nacional transcurrirían en armonía, pudiendo la expedición recobrarse de las penurias pasadas. Los naturales hasta ayudaron a carpir sementeras y construir los primeros ranchos. A los seis meses la aldea tuvo su recinto fortificado con un foso y una empalizada.

Aunque la crónica oficial dice que “la escuadra de Gaboto no trajo mujeres” por una prohibición real en tal sentido, la imaginación y la fantasía  de Ruy Díaz de Guzmán narraría la primera historia de amor en el Río de la Plata.

Más allá de la comida  convengamos que, en la cotidianidad, se produjeron  cambios de vida, traducidos en la atracción que ejerciera la mujer blanca sobre el indígena. Hombres  que pese a su salvajismo sintieron la capacidad interior de compartir emociones y contingencias con las recién llegadas.

El argumento de la obra “La Argentina”- a quien le debemos el nombre de nuestra nación – abarca la historia de Lucía Miranda, hermosa castellana llegada a estas latitudes acompañando a su marido, don Sebastián Hurtado, a quien amaba profundamente.
Su singular belleza despertó una pasión desenfrenada  en los caciques Mangoré  y Siripo, que no dudaron en atacar el fuerte  para raptarla.

El escritor define a  Mangoré como un “cacique principal de la nación Thimbú que vivió por los años 1525 – 1570 en tierra del litoral y Mesopotamia.

Guillermo Alfredo Terrera  en “Caciques y capitanejos” clarifica que existían entre los naturales distintos niveles de mando, con distintos títulos jerárquicos como caciques, reyes, señores de la pampa o el desierto, y  capitanejos (éstos de menor grado).

Mangoré, hermano de Siripo, era un bravo e indómito cacique, que cansado de los engaños y malos tratos, al frente de su tribu atacó Sancti Spíritu, venciendo a los soldados europeos, más  en la refriega perdió la vida.

Lucía quedó en poder de Siripo quien la hizo su esposa, más al regreso de Hurtado que se hallaba ausente durante el ataque al fuerte, se  entregó a los aborígenes para estar próximo a su amada.

Aunque prometieron no tratarse, Siripo los sorprendió juntos y los mandó a ejecutar.
¿Fue hecho histórico o leyenda? Paul Groussac tildó enfáticamente al poema  de “famoso invento”.

 

Bibliografía:
Rainer Cinti Roberto: “Fuerte para armar”. Revista Nueva. 1994.
Cervera Manuel: “Historia de la provincia de Santa Fe”. Santa Fe, 1907.

Mangoré.Cotada. Topografía:
Corre de E. a O. 1700 hasta 2299 entre Avenida Circunvalación 25 de Mayo y Autopista Santa Fe.
Se le impuso ese nombre por D. 4671 del año 1977.
Recuerda al cacique Mangoré que en el poema “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán se enamora de la española Lucía Miranda.