La historia actual, la que privilegia lo cotidiano resalta el valor y la acción de la mujer. La mujer, que durante el siglo XIX y XX pocas veces participaba del juego diplomático, literario, o de algunas ramas de la ciencia y el arte, era en cambio, parte indispensable en los actos que rodeaban y solemnizaban los nacimientos, funerales, eso sí era su misión primordial transmitir habilidades hogareñas y tradicionales como alimentarse - por supuesto sin cuidar su figura – caminar, hablar, rezar, amar discretamente pero no cultivarse intelectualmente.
Hay algunas historias reveladoras desde 1874 a 1935, que serían precursoras de la rebelión de la mujer: trabajadoras asalariadas, madres solteras, educadoras, las dedicadas a la caridad, al arte y al deporte.
Mujeres valerosas fueron aquellas capaces de enfrentar la condición que le era impuesta en la Argentina de entonces.
Una rebelde sería Carolina Elena Lorenzini, nacida en la provincia de Buenos Aires, en el entonces cuartel 8, después Empalme San Vicente y hoy ciudad Alejandro Korn.
Sus padres José Lorenzini y Josefa Piano fundaron una prolífera familia, de la que Carola sería la séptima entre ocho hermanos.
Aficionada al deporte desde siempre, fue atleta en variadas disciplinas: salto, pelota al cesto, remo, jabalina y hockey, cuando a la mujer que lo hacía se la consideraba poco femenina.
En el año 1925 fue campeona de atletismo y la primer mujer que manejó auto en su pueblo, ante el asombro de los vecinos, a quienes desafiaba con sus aires de libertad. Decir eso de una señorita en la década del 30 era mucho decir, lo suficiente para considerarla un personaje singular.
En 1933, el Aero Club Argentino de Morón le entregó a Carola ,su carnet de Piloto Aviador Civil. Para llegar a obtenerlo, la muchacha de San Vicente había repartido su tiempo trabajando en la Compañía Unión Telefónica y dirigiendo a las autoridades incesantes pedidos para ingresar al curso de pilotaje. Ese logro le había costado el fin de sus ahorros, además de vender su bicicleta y su diccionario enciclopédico.
Está claro, que la Lorenzini no era cualquier deportista, aunque su excepcionalidad tenía mucho que ver con sus notables marcas. Recibido el “carnet de aviador civil internacional N°436”, el 31 de marzo de 1935 logró el record de altura sobrevolando los 5.381metros ; vale señalar que sin máscara y con un avión con cabina abierta, como eran los de esa época.
Un artículo aparecido el 2 de julio de 1944 en la sección cartas del diario El Mundo, cuenta: “El día de la llegada del Graf Zeppelin, una aviadora argentina, la señorita Lorenzini, estaba designada por el Aero Club Argentino para efectuar el vuelo de homenaje a la nave aérea”.
En 1938 ya estaba gestando el proyecto del raid aeronáutico para unir las 14 provincias. Las anotaciones y trazados que hizo en ese viaje fueron de gran utilidad para los mapas del correo: los aviones no tenían instrumental, y el piloto debía realizar un reconocimiento visual permanente para seguir la ruta aérea. Tampoco tenían altímetro, y el combustible se verificaba en pleno vuelo, golpeando el tanque y aventurando por el sonido del golpe qué tanto quedaba. Así volaba la mujer que despertaba la pasión del pueblo.
Con ello se ganó nada menos que la tapa de la revista El Gráfico.
Un artículo aparecido el 2 de julio de 1934 en la sección cartas del diario El Mundo, cuenta: “El día de la llegada del Graf Zeppelin, una aviadora argentina, la señorita Lorenzini, estaba designada por el Aero Club Argentino para efectuar el vuelo de homenaje a la nave aérea”
Y en 1940, cuando consumó el raid de las catorce provincias, Lorenzini visitó todos y cada uno de los pueblos del interior con su Focker Wulf, y su arribo a los campos convocaba a miles de personas. Tanto es así que aterrizaba muy lejos del lugar pautado para la visita, de modo que la hélice del avión no lastimara a nadie de los que se lanzaba a saludarla. El trayecto hasta la multitud lo hacía a caballo; porque Lorenzini, además, era una excelente amazona y domadora de caballos
Famosa por su destreza enfrentando el peligro, con su avión Fleet 51, el 13 de noviembre del año siguiente cruzó el Río de la Plata, sin brújula tuvo que apelar a su instrucción e ingenio para sortear la bruma que cubría los terrenos cercanos a Carmelo.
Pero su espíritu desafiante la empujaría a algo más riesgoso el looping invertido al que sólo se animaba su maestro Santiago Germanó, consistente en una suerte de vuelta que desafía las reglas de gravedad, dejando al piloto literalmente con las patas para arriba y con muchas posibilidades de cortar flores con la boca, recoger pañuelos y sombreros debidamente ubicados en pistas de aterrizaje.
Esa prueba de acrobacia de alto riesgo, significó el final de su carrera.
Eran alrededor de las 16 horas de ese domingo 23 de noviembre de 1941, cuando la Lorenzini se elevó en Focke-Wulf recién preparado (que no era el que tenía asignado), hizo unas pocas maniobras acrobáticas y al entrar en un looping invertido del cual no pudo salir, la máquina fue a caer detrás de los hangares.
Se había cumplido su gran temor tantas veces manifestado, de morir carbonizada.
Sus restos descansan en San Vicente , provincia de Buenos Aires.
El parecido de Carola Lorenzini con Beryl Markham –la aviadora inglesa que en 1936 cruzó el Atlántico en forma solitaria y escribió una autobiografía titulada “Al oeste con la noche”, o de todo lo que hice para escapar del aburrimiento– es sorprendente su similitud. Las unía esa pasión del avión como un planeta en “el que el piloto es el único habitante”, según palabras de Markham.
Bibliografía:
La expuesta en el texto.
Lorenzini Carola. Cortada. Topografía:
Corre de N. a S. desde 4600 hasta 4699 a la altura de Mora 200Bis; paralela a Abanderado Grandoli 4600.
Se le impuso ese nombre por D. 4675 del año 1977.
Recuerda a la aviadora Carolina Lorenzini (1.899 – 1941) famosa por sus vuelos acrobáticos.