LOLA MORA DE LA VEGA DE HERNÁNDEZ (1866 - 1936)

Nos dice González Arrili: "Fue cosa digna de la mención histórica el choque crujiente que produjo la noticia de que una mujer argentina, a fines del siglo pasado (siglo XIX), llamara  la atención de los círculos artísticos europeos, con las muestras de sus esculturas.


No estaba hecho aún el ambiente propicio para que se aceptara  sin murmurante y asombrada contrariedad esta incursión femenina e imprevista por campos reservados, nadie sabe  porqué a los hombres".


Asiente la artista plástica Josefina Robirosa en su artículo "Lola Mora": "Entre su nacimiento en Tucumán y su muerte en Buenos Aires, vivió cada día a su manera. Escultora discutida, atrevida, genial, con la cuota de misterio necesaria, supo que el camino propio tiene más riesgos pero es, también, más generoso en verdad."


Emparentada con Juan Bautista Alberdi y ahijada de Nicolás Avellaneda, Lola Mora nació en Trancas, árido paisaje del norte de Tucumán el 17 de noviembre de 1866.


 Con sólo 14 años, con verdaderas aptitudes para el arte, con una autoestima muy alta y un concepto íntimo de libertad, como protegida del general Roca, consiguió una beca de perfeccionamiento en Europa, con el consagrado pintor italiano,  profesor Michetti, a quien no le importaron las recomendaciones y se desentendería de su discípula americana.


Lola, como siempre dueña de sí misma, optó dejar los pinceles, dedicarse al modelado y casarse con Luis Hernández Otero, 15 años mayor que ella.


Matrimonio de muy poca duración porque la fuerza de su femineidad quebraría  esa unión. “Practicaba la herejía para esa época, de ser ella misma”.


En 1901, al regresar a su patria, se ganó la popularidad en pocas horas, pues traía una magnífica fuente de mármol blanco  que presentó al General Roca -  nuevamente Presidente constitucional  de la República - con quien se dice mantenía secretas relaciones amorosas - que llamó, “La fuente de las Nereidas”, grandioso grupo escultórico que hoy emplazado en el Paseo de la Costanera de Buenos Aires, asombra a propios y extraños.


Una obra bellísima para emplazar en una ciudad donde por entonces escaseaban obras artísticas de tal magnitud, las que eran llevadas  por las  mismas autoridades para adornar los jardines de sus estancias.


Lola Mora afrontaba las críticas de las mujeres y los elogios de los hombres cuando emplazó las figuras atléticas de aquellos enfurecidos sujetadores de caballos, que demostraban su fuerza interior y su espíritu indómito, en el arte alejado del poder de los hombres.


 Más sin límites se embarcó en Salta en empresas relacionadas con los productos minerales de la región, hasta vaticinar que el suelo no sólo ofrecía piedras de cien colores sino encerraba pozos inagotables de petróleo.


No la escucharon, considerándola una soñadora realizando trabajos de sondaje en constante lucha con la naturaleza, ¡ Pensar que el tiempo demostraría que en ese subsuelo salteño  brotaría un día el oro negro, cuya visión la llevó al fracaso y  a transitar los senderos de la soledad y la miseria!


El diario “Crítica” comentó  en el ocaso de la vida de Lola Mora: “Ella que conoció en plena juventud la dulce embriaguez de la gloria, que fue mimada en París, Roma, en España , vivió los últimos  diez años olvidada de todos, sumida en la oscuridad espantosa de la incomprensión”


En efecto,  alcanzó a vivir 70 años... subsistiendo con una pensión austera de sólo 200 pesos otorgada por el gobierno, pagando un alquiler mínimo en una sórdida habitación de ese opulento Buenos Aires.


Cuando ya no tenía la oportunidad de encender nuevos sueños, su razón se perdió en el infinito, como se perdieron con el tiempo sus restos al borrarse la inscripción en la piedra que recordaba su nombre.


Sin embargo a mediados de 1977, cuarenta años después de su muerte, cumpliendo un deseo postrero, unos restos atribuidos a la notable escultora  fueron colocados en  su tierra natal, “bajo la ardiente serenidad de los azahares”.

 

 

Bibliografía:
Robirosa Josefina. Miembro del directorio del Fondo Nacional de las Artes. “Lola Mora". Art. en la revista del diario Clarín y fotos del Archivo General de la Nación.
González Arrili Bernardo: "Historia de la Argentina, según las biografías de sus hombres y mujeres". Ed. Nobis. Buenos Aires.

Mora Lola. Cortada. Topografía.
 Corre de E. a O. desde 100 al 200 Bis a la altura de Necochea 4600.
Se le impuso ese nombre por D. 4675 del año 1977.
Recuerda a la consagrada escultora argentina Lola Mora (1866 - 1936). Algunas de sus esculturas están emplazadas en las fuentes del Pasaje Juramento de nuestra ciudad.

 

Esculturas para el Monumento a la Bandera. Rosario. Año 1911.


En el año 1910, el Gobierno Nacional decidió la contratación de Lola Mora para la ejecución del Monumento a la Bandera, en conmemoración del "Centenario de la Revolución de Mayo". Debido a distintos inconvenientes, desde problemas presupuestarios hasta la merma en la popularidad de la artista, la obra se suspendió y en 1928 se le rescindió definitivamente el contrato de construcción.

Durante la década del 30, las obras fueron rescatadas del olvido y pasaron a exhibirse en la Plaza Belgrano, la que desapareció al construirse el majestuoso  Monumento a la Bandera.


Esas significativas figuras deambularon por otros  lugares de la ciudad  hasta que recién en 1997 encontraron su ubicación definitiva.

El 7 de octubre de ese año fue inaugurada la primera etapa del Pasaje Juramento, lugar donde hoy pueden apreciarse dichas obras.


Un punto a remarcar con respecto a los grupos escultóricos, es que entre las estatuas se encuentra la figura de un gaucho, hecho interesante ya que en este período los arquitectos del Monumento, consolidaron lo "nacional", particularmente la identidad de la Patria.

Con respecto a su disposición actual de las figuras, es para destacar el  magnífico efecto que se produce al ver las esculturas reflejadas en el agua, las que al no tener peso, da la impresión  que flotaran.


También es interesante la contraposición entre la arquitectura tan neta del monumento y las esculturas.