LISBOA

Entre los siglos XIV y XV gracias a la política de Enrique, el Navegante, los portugueses se animaron a desafiar el océano que se creían poblados de bestias. Décadas más tarde, 1498 Vasco de Gama quien encontró la ruta a las Indias demostrando que los continentes no eran tierras adheridas a un abismo sino islas gigantes dentro de los mares del planeta.


Dos años después sus barcos unirían por primera vez en un mismo viaje los cuatro continentes hasta entonces conocidos, convirtiendo a Lisboa, capital de Portugal, en la capital mundial de los océanos y en el gran puerto cosmopolita de Europa.


 “La Felicitas Julia” de los romanos, de origen fenicio, aquella que hoy se extiende sobre colinas de escasa altitud y suave pendiente desde donde domina el magnífico y extenso estuario que a sus pies, forma el río Tajo, ensanchamiento natural de aguas azuladas y profundas, cuya estrecha boca vigila y defiende la histórica maciza torre de Belem.


Nos dice Plinio Apoleyo Mendoza en su artículo del diario La Nación del domingo 7 de 2003: “Lisboa: Distinción con aires de otros tiempos”:
“Como ocurre con ciertas divas, hay ciudades cuya belleza fascina de inmediato. Es sin duda, el caso de París, para no hablar del esplendor teatral de Venecia, los rincones medioevales de Praga o las reminiscencias imperiales que aún quedan en Venecia.


El río Tajo es inmenso. Algunas luces distantes parpadean en sus aguas. Su delta tiene ya la majestad del océano que lo aguardan dos leguas más allá, al otro lado de ese conocido puente Veinticinco de Abril, cuyos soberbios arcos brillan como un enorme encaje de luces azules en la oscuridad. De alguna manera se siente que Europa termina en aquel punto. Lisboa es su puerta de entrada y de salida”.


Lisboa tiene un no sé qué. Las callecitas, las avenidas, los estrechos y pasajes laberínticos, las esquinas, las barberías, los gatos, el café, las estaciones de metro, la bruma, los almacenes de viejo y el clima, todo ahí tiene una indefinible particularidad de la que no conviene volver a hablar si no lo asiste al síndrome que parece atacar a muchos de los que la visitan, con el genio del poeta Fernando Pesoa ni de Tabuchi, ni de tantos otros que han rendido homenaje a esta ciudad.


Hay quienes dicen que el encanto de esta ciudad reside en ciertos rasgos del pasado que han desaparecido en otras capitales europeas.


En todos sus rincones es posible encontrar huellas del tiempo en que el Imperio Portugués se extendía en una geografía fantástica. La expresión más clara de ese período está en Belém, a unos seis kilómetros del centro, lugar que las carabelas usaban como punto de partida para un nuevo mundo y que, muchos años más tarde sirvió también de partida para que dos sujetos de extraños nombres, Gago Coutinhio y Sacadura Cabral, realizaran la insólita hazaña ce cruzar el Atlántico Sur, en hidroavión uniendo Lisboa con Río de Janeiro en 1922.


En síntesis hoy la vida de Lisboa parece transcurrir entre su gente sencilla, poetas, cafés, tranvías y presidentes que salen a la calle sin una nube de escoltas. Este rincón de Europa mantiene hoy lo que otras capitales perdieron: algo indefinible, un charme; sí, quizás una distinción de otros tiempos.

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Bibliografía:
Fuica del Campo Javier: “Lisboa, pura seducción a orillas del Tajo”. Art. del diario La Nación. 10 de noviembre de 2002.
Mendoza Plinio Apoleyo: “Lisboa. Distinción con aires de otros tiempos”. Artículo del diario La Nación. Domingo 7 de 2003.

Lisboa. Pasaje. Topografía:
Corre de N. a S. en la manzana limitada por las calles Rueda, Riccheri, Latzina y Suipacha. Barrio Casado.
Lleva ese nombre desde su apertura.
Carece de designación oficial.
Recuerda a la ciudad capital de la República de Portugal.