“Allá por 1806 en la fonda “Los Tres Reyes” algunos hombres bebiendo su licor fraternizaban con los británicos, cuando la moza que les servía los increpó de este modo: Desearía caballeros que nos hubiera informado a tiempo sobre vuestras intenciones cobardes de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimente y rechazado a los ingleses a pedradas”.
Sin duda el disgusto del pueblo porteño necesitaba un caudillo para liberarse del dominio inglés y ese caudillo no sería otro que don Santiago de Liniers.
Nacido en Nicort el 25 de julio de 1753, tempranamente mostró espíritu de aventura. En efecto, aún un niño al trasladarse a Malta, consiguió que el Gran Maestre de la Orden lo tomara como paje. Luego participaría en varios combates contra piratas berberiscos, regresando a Francia donde fue dado de alta como oficial de caballería.
Nos dice el historiador Daniel Balmaceda en su libro “La comida en la historia argentina” que los Linniers arrancaron siempre con el pie izquierdo en cuestiones personales, ya que nuestro biografiado Santiago, enviudó en Montevideo.
Debido a ello junto con su hijo y su hermano Enrique se instalaron definitivamente en Buenos Aires, a comienzos de 1791 alquilando una propiedad de Benito González Rivadavia (padre de Bernardino) en la actual calle porteña, llamada Venezuela.
En la casona contigua vivía Martina Sarratea, a quien llevaría al altar por segunda vez.
Gracias a un tío de la joven en su quinta de Recoleta del mismo, instalaron una fábrica ce calditos, ubicada entre las actuales calles Libertad, Quintana, Callao y Libertador, anexando en ese mismo espacio, sobre la costa probablemente la fábrica de consersas…
Y para ello cursaron al virrey Arredondo la solicitud para iniciar tal emprendimiento, quien a su vez la pasó al Cabildo El expediente fue a parar a manos de Manuel Warnes (padre del militar Warnes).
Más las autoridades, después de idas y vueltas decidieron que era riesgoso ubicar la fábrica de pastillas de los Liniers, porque los deshechos contaminarían las aguas de la costa además las lavanderas no tendrían el agua suficiente para lavar la ropa (nadie por entonces lavaba la ropa en su casa).
.Solo les permitieron instalar La Fábrica de Pastillas en las lejanías del centro, en lo que hoy es el barrio de Almagro.
En 1795 la misma fue desmantelada y Santiago volvió a su antiguo empleo militar que lo llevaría a convertirse diez años después en el gran héroe del Río de la Plata.
No tardó de cambiar su condición de oficial de tierra por el de marina, donde se instruía lo más selecto de la armada española hasta radicarse con su hermano Luis, conde de Liniers en Buenos Aires, situación que lo vincularía con el gran mundo de la ciudad virreinal.
La precipitada salida del virrey Sobremonte para buscar refuerzos con que recobrar la cautiva Buenos Aires, que fuera considerada como una vergonzosa fuga. La ciudad huérfana e indefensa, vio después embarcar al capitán de navío rumbo a la Banda oriental y volcó en él todas las esperanzas.
Desembarcó después en San Isidro con hombres y pertrechos, marchó por la costa hasta la ciudad y el 12 de agosto de 1806, después de reñidos y sangrientos combates desde el Retiro hasta el Fuerte, la reconquistó de los invasores.
Liniers, convertido en héroe y caudillo, recibió el mando supremo militar en virtud de un cabildo abierto reunido el 14 de agosto, en medio de los transportes del triunfo. Desde entonces asumió el mando de las fuerzas regulares y organizaría batallones de voluntarios.
Para ello Liniers al advertir la posibilidad de una segunda invasión, y el 6 de setiembre de 1806 emitió una proclama llamando a las armas para la nueva etapa que se avecinaba.
El futuro fusilado de Cabeza de Tigre intentaba con esa medida, repetir el éxito ante los ingleses con mayor gallardía, y sin las dificultades y primeras derrotas que habían posibilitado cuarenta y seis días de gobierno británico sobre Buenos Aires, desde el 28 de junio de 1806, en que se enarboló el pabellón inglés sobre el Fuerte porteño.
La Audiencia, que había tomado el mando político y administrativo al quedar destituido el Virrey por una Junta de Guerra reunida el 10 de febrero de 1807, transfirió esos poderes a Liniers, a fines de junio, en momentos en que los ingleses desembarcaban por segunda vez en Buenos Aires, doce mil combatientes en la playa de la ensenada de Barragán.
De los ocho mil hombres que tenía la ciudad para la defensa – la mayoría tropa voluntaria y bisoña- se concentraron en la Plaza mayor por batallones, antes de marchar a tomar posiciones en el Riachuelo, con el objetivo de cerrar el paso a la columna inglesa.
Entre otros hechos tal vez poco difundidos, cabe destacar la actuación de los gauchos, que al mando del entonces desconocido teniente Güemes – designado edecán de Santiago de Liniers – se lanzaron a una insólita hazaña abordar con su caballería una nave inglesa de guerra, que quedó varada por una inesperada bajante del río de la Plata, lo cual permitió el avance de las fuerzas salteñas.
Es innegable el espíritu combativo de Liniers y su denodada acción en las gloriosas jornadas del 5 y 6 de julio, alentando a las fuerzas en los puestos de mayor peligro. La ciudad entera reconoció su desempeño ejemplar y ese testimonio es por sí sólo suficiente para reconocer sus relevantes méritos.
Premió España su heroica acción designándole Virrey el 24 de diciembre de ese mismo año aunque en horas difíciles. España en guerra con la Francia de Napoleón después de las matanzas del 2 de mayo, provocando en el Río de la Plata enemistades y recelos contra el virrey francés.
Luego sobrevendría el virrey Cisneros en la conducción del poder y la realización de las ideas emancipadoras que pondría fin a la dominación española en el Río de la Plata. Algunos focos realistas se evidenciarían como ocurrió en Córdoba.
Y ante la orden perentoria del gobierno central integrado por los hombres del 25 de Mayo, serían fusilados los sublevados, entre ellos nuestro héroe Liniers.
Antes de la descarga, como valiente cristiano, se hincó y con serenidad desvendó sus ojos.
Sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de Cádiz, bajo la eterna bendición de la Virgen del Rosario que tanto veneró.