Cuando Don Pedro de Mendoza, partió de Buenos Aires rumbo a España el 22 de abril de 1537 después de permanecer más de un año en estas tierras, argumentó su regreso por razones de salud, y designó a Juan de Ayolas gobernador delegado, con la expresa orden de buscar "las Cordilleras del Oro del Perú”, tierra de fabulosas riquezas.
De inmediato, Ayolas cumpliendo las órdenes del Adelantado, se embarcó al norte del Paraná y en un puerto que llamó Candelaria dejó una guardia de 50 soldados al mando de Domingo Martínez de Irala, en tanto él con un grupo se internó por tierra rumbo al oeste, donde tropezó con innumerables dificultades.
Seguramente debió enfrentarse con selvas impenetrables pobladas de alimañas e indígenas hostiles.
Antes de partir, Mendoza había ordenado a Juan de Salazar que acudiese en ayuda de Ayolas, quien no tenía otro fin que encontrar en lo más profundo del Chaco, la Sierra del Plata.
La espera se hacía larga, e Irala se pasaba los días en la cámara del bergantín con la india - que aparecía como mujer de Ayolas hasta que los payaguás se la quitaron - , lo cual lo decidiría a recorrer el río, arriba y debajo de la Candelaria, en busca de nuevas mujeres indígenas que a los conquistadores impactaban tanto por el color de su piel como por su cultura salvaje contrapuesta a la de las mujeres europeas que ellos conocían.
El 23 de junio sin proponérselo se encontraron Salazar e Irala y decidieron buscar a Ayolas, sin antes rendir homenajes póstumos a don Pedro de Mendoza que había fallecido en la travesía por el océano.
”Ávido por entrar a tierras adentro, Ayolas prescindió de las tribus y comarcas intermedias, siguiendo su viaje hasta el río Paraguay – explica Vicente Fidel López – Hallóse allí con el centro poblado de la Confederación guaraní llamado Lambaré, que según parece, era el asiento administrativo y religioso de las provincias guaraníes de todo aquel distrito.”
En esa área infinita y misteriosa halló bosques gigantescos de variadas especies y una caprichosa sucesión de poéticas islas exactamente comparadas con jardines y barrancas enormes en estado de continua descomposición al contacto con las aguas y con el cálido fulgor de un sol ardiente, unidos a las seducciones de las creencias de los naturales.
Dicen los cronistas que lo que más sorprendió a los expedicionarios fue ver cómo esos bárbaros tenían un templo donde adoraban una gran serpiente. El culto de la serpiente era un simbolismo de la adoración del Sol y de los fenómenos naturales que mantenían la existencia de los seres vivos.
“Todos los mitos y religiones involucraban a la serpiente, no olvidemos que la Biblia misma tomó a este reptil como revelador del bien y del mal, que sacando a la mujer y el hombre de la vida inocente, los inició en el conocimiento y en los trastornos de la vida consciente, esto es, de las evoluciones progresivas del tiempo...El hecho de haber encontrado los hispánicos este culto solar en el templo nacional de Lambaré fue de suma importancia para las presunciones trascendentales de la historia conjetural” asiente Vicente Fidel López.
No olvidaba que había prometido a los indios levantar un fuerte y cumplió su promesa levantando en tierras del Lambaré, una gran ”casa fuerte”, el 15 de agosto de 1537, día de la Virgen de la Asunción, que sería el núcleo fundador de la futura ciudad de la Asunción.