INMIGRANTES

Nuestro país recibió  en sucesivas oleadas y períodos, gran cantidad de extranjeros. No fue un hecho casual por cierto sino que obedeció a una definida  política inmigratoria que se plasmó  en la intención muy temprana de Alberdi expresando: “hay que poblar el desierto”, axioma que creció décadas después, formándose pueblos y después ciudades portuarias, como sería Rosario. 


¿Qué estrella guiaba a esos hombres en un itinerario cuyas etapas parecían marcadas con anticipada precisión? Convertirse en emigrante de su tierra, era sentirse libre. No importaba cuál fuera el motivo determinante del desplazamiento y cuál el móvil real o aparente que los empujaba a partir.


Lo cierto es que se trataba de una expresión de voluntad, que se traducía en ser libre," libertad que les permitió elegir su propio destino".


En el siglo XIX perduraban en Europa, las ataduras políticas, la presión de los gremios, la rigurosidad religiosa y la dependencia y austeridad familiar. Las guerras y el servicio militar, retenían a los hombres cinco o más años bajo bandera, dejando un vacío doloroso en las familias e impidiendo el progreso económico de los pueblos.


Frente a ese cuadro, con una aureola de luz, tierra fértil y fuente de trabajo, Argentina levantaba en el espíritu de los inmigrantes, una imagen liberada y republicana, que abría las puertas de su tierra a todos los hombres de buena voluntad.


Por el artículo 25 de la Constitución de 1853 se acordaba con carácter de deber del Gobierno Nacional, fomentar la inmigración y se establecía que no se "podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes."


Asímismo, el artículo 20 de la misma Constitución facilitaba el ingreso de extranjeros al acordar a todos los habitantes los mismos derechos civiles.


Sin distinción entre argentinos y extranjeros, todos podían ejercer su industria, comercio y profesión; navegar los ríos y las costas, poseer bienes raíces, comprarlos y venderlos; ejercer libremente su religión, testar y casarse conforme las leyes del país.


La Argentina parecía estar preparada a partir de 1860 para recibir una inmigración masiva y poblar los campos y tender líneas férreas  con trabajadores europeos.


Los inmigrantes contribuyeron decisivamente a modificar la fisonomía y el espíritu de Argentina. La radicación de italianos, españoles, judíos y hombres de otras nacionalidades del Viejo Mundo modificó la mentalidad, los hábitos, la estructura económica y hasta la demografía del país, junto con su organización social.


Cultivar los campos se habían hecho una necesidad fundamental para las autoridades nacionales. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, en 1876, se sancionó y promulgó la ley Nº817, primera que regulaba la inmigración y colonización. La ley consta de 121 capítulos, la mitad de ellos dedicados a la inmigración, y la otra mitad a la colonización.


En 1903, al sancionarse la ley N° 4167 "de venta y arrendamiento de tierras fiscales", quedó derogada la parte correspondiente a la colonización.


El primer Censo Nacional de 1869 - señalaba que la Argentina contaba con 1.830.214 habitantes, mientras que los guarismos del II Censo de 1895 señalaban 3.956.060, mostrando un prodigioso aumento debido a la inmigración, por la cual importantes grupos de hombres solos o con familia, se radicaron tanto en Buenos Aires como en la ciudad de Rosario y sus alrededores.

"Crónicas históricas de la ciudad de Rosario" expresa: "El impacto inmigratorio extranjero y del interior del país, durante los dos primeros tercios del siglo XX convierten a Rosario en la primera ciudad del país, luego de la Capital Federal, por la cantidad de su población, por la importancia de su puerto, por su desarrollo comercial e industrial, por los montos de su producción, claramente indicados en los índices de su consumo de energía eléctrica y clearings bancarios.

Más  junto  a ese crecimiento llegaron por lógica, a nuestro terruño, cambios sustanciales en sus formas de vida, en su trabajo, su organización educacional, su vida social, sus medios culturales y sus expresiones artísticas."
En efecto, se convertiría en un núcleo típicamente cosmopolita, en forma sostenida y con ritmo creciente, cambiando su fisonomía a paso acelerado.


Esa fuerza inmigratoria, le daría características especiales. El idioma extraño de los israelitas, el canto con sabor a mosto de los itálicos, el agregado nostálgico de los españoles y otras nacionalidades traducido en sabores y olores gastronómicos, fueron conformando un clima que plasmaría una nueva realidad.


Y así dentro de un común denominador, cada grupo de inmigrantes fue tomando una típica identidad popular, así los de origen árabe serían "los turcos", los italianos "los gringos", los españoles "los gallegos" y los judíos, "los rusos", grupos que son honrados y corporizados por sus descendientes, cada año en la “Feria de la colectividades”.

 

Bibliografía:
"La Inmigración". Fascículo de "Mi primera historia argentina". Ediciones Open Argentina. Buenos Aires, 1988.

Inmigrantes. Calle. Topografía:
Corre de N. a S. en el Parque Nacional a la Bandera.
Carece de designación oficial.
Recuerda la influencia de la inmigración en la vida de la ciudad.