A partir de 1900, la ciudad de Rosario con más de medio millón de habitantes en continua expansión demográfica, demandaba al Estado una mayor capacidad de prestación sanitaria.
El diario de Ovidio Lagos, si bien reconocía la acción de los sucesivos gobiernos municipales al construir nuevos hospitales, dispensarios y servicios de asistencia médica en distintos barrios de la ciudad, objetaba la falta de una política integral y previsora de la ciudad que abordara los problemas desde sus raíces. Mientras así no sucediera – auguraba desde sus columnas – todo el peso de la demanda recae en los nosocomios municipales más importantes: el Hospital Rosario (hoy Provincial) y el Carrasco.
Este último hospital modelo en 1894, con una capacidad de 150 camas albergando treinta años después 210 enfermos, había caído en tal forma en el descrédito, que según el consenso popular “el enfermo que se hospitalizaba en él era un ser con probabilidades casi remotas de reintegrarse al mundo de los sanos”, vulgarmente llamado “el pabellón de los moribundos”.
Esto tenía su origen en el hecho de ser simultáneamente centro de atención múltiple “de infecciones y clínica general”, hacía que los enfermos con dolencias comunes, se resistieran a atenderse.
Fue un efectivo propósito realizado del doctor Giacosa y del doctor José María Fernández junto al Dr. Schujman y a la admirable Hermana del Huerto, María del Valle Altamirano, a fin de atemperar temores, dividir la “Casa de aislamiento”, antigua denominación del mencionado nosocomio, en dos áreas:“Una de atención puertas abiertas para el público con males no infecto contagiosos, y otra reservada en un predio exclusivo, con el flamante servicio de leprología asignando la Sala VI para internación de los enfermos de Rosario y su zona de influencia, sala que debido al gran número de internos en pocos meses vería colmada su capacidad de recepción”.
A fines de la década del 30, atendería el Dr. Fernández en dos salas menores del hospital, a aquellos afectados de menor gravedad y a aquéllos que convivieran con enfermos de lepra.
Su entorno influyó en su formación y calidad humana, primero su familia en Tucumán, donde el padre se desempeñaba como inspector de rentas, después sería la escuela, los amigos, los libros y la vida.
Ya treintañero contrajo enlace con una puntana el 7 de noviembre de 1934 en la catedral de San Luis. Mujer distinguida aunque sumamente sencilla, le ayudaría a cumplir su destino manifiesto, aparte de transmitir a sus cuatro hijos, la percepción inmediata del mundo necesitado.
El Dr. David Staffieri en su obra ”Labor dispersa”. El Ateneo. Buenos Aires. 1941, pergeñó un ideal médico tan perfecto, tan excelso que pocos profesionales dada su natural imperfección fueron capaces de lograrlo.
Sin embargo, José María Fernández sería un arquetipo de esa perfección médica, fiel discípulo del Dr. Enrique P. Fidanza, gran maestro de la dermatología argentina, sabio, genio y misionero, capaz de tratar a cada enfermo que atendiera como un hermano que clamara por ayuda.
Sentía como obsesión de su vida, la salud tanto física como mental del hombre que no admitía dilaciones, y su lucha por lograrla lo harían llegar a los más altos niveles profesionales.
Profesor de la Facultad de Medicina de nuestra ciudad y jefe del servicio de leprología del hospital Carrasco, vivió el Dr. Fernández una vida consagrada al enfermo de lepra, cuando la lepra era considerada un peligro de contagio que debía aislarse. Significaba por entonces “castigo y segregación”, desatando pánico, rechazo y hasta egoísmos familiares, al igual que en los tiempos de Cristo y tal como es en los tiempos contemporáneos, el sida.
Nombrado jefe del dispensario antivenéreo establecido en el barrio Pichincha, con el doctor Fidanza y Schujman también se preocuparían, de las enfermedades de origen sexual que provocaban estragos en el seno de la sociedad, tratando de hallar una solución adecuada.
Se trataba de un enorme foco de contagio donde las pupilas aunque víctimas inocentes de ese vil comercio oficializado, eran sin quererlo un activo agente de transmisión rápido y voluminoso". Descubrió el Dr. Fernández que el gran problema sanitario radicaba en la adulteración de los resultados de los análisis de control, hasta el punto que debió llevar consigo los tubos con sangre y los extendidos vaginales para efectuarlos en la sala 4 del hospital Centenario.
Bregó por el cierre de los prostíbulos al constatar la enorme corrupción que este comercio se ejercía, tanto en el área sanitario como en lo administrativo y policial, aunque su fuerte voluntad sería sacudida por obstáculos y presiones por parte de los poderes tanto económicos como políticos.
Este apóstol de la salud consiguió por fin en 1932, la Ordenanza municipal que pronunciara el cierre de dichas casas de mala vida y rufianismo, notándose enseguida una drástica disminución de casos de enfermedades venéreas.
“Este éxito sanitario - agrega el Dr. Augusto Mercau - fue observado por las autoridades de la provincia de Santa Fe y del orden nacional, aboliendo la prostitución en todo el territorio nacional. En síntesis, el doctor Fernández abolió la prostitución oficializada; mejoró la prevención de las enfermedades venéreas y destruyó el comercio relacionado con los prostíbulos; demostró el enorme valor del B.C.G. en la prevención de la lepra. También descubriría la reacción que lleva su nombre, sintetizando con el doctor Olmos Castro el antígeno bacilar y el proteico”.
El Dr. Fernández con su equipo sería quien cambió la antigua concepción del mal de Hansen, educando, informando y asesorando a la comunidad que la lepra es una enfermedad curable, ni hereditaria ni contagiosa”.
Bibliografía:
Mercau Augusto R: “Homenaje a un maestro de la leprología argentina Profesor José María Fernández”. Artículo del diario La Capital en su edición del 19 de julio de 1995.
José María Manuel Fernández. Calle. Topografía:
Corre de E. a O. entre las calles Ramos Mejía y Av. de Circunvalación, paralela a Salvat.
Se le impuso ese nombre por D. 4671 del 16 de setiembre de 1977.
Recuerda al leprólogo y dermatólogo tucumano, Dr. José María Fernández (1902 – 1963), profesor en la Facultad de Medicina de Rosario y Jefe de Leprología del Hospital Carrasco.