EDUARDO IBAÑEZ

La danza clásica tiene también su historia en Rosario, una historia que se puede reconstruir a través de los nombres de sus Maestros, allí está Eduardo Ibáñez, el Maestro de danza, discípulo de Teresa Baltzer, integrante de la delegación de bailarines que viajaron a Rusia en los 70, refundador del Ballet Municipal de Danzas, fundador de la enseñanza de la danza en San Lorenzo, dueño del respeto de sus pares aquí y en el exterior y también dueño del recuerdo imborrable en sus alumnos.


María Josefina Bertossi, el 23 de febrero de 2012 nos reproduce la magnífica entrevista al Gran Maestro que él visible y auditivamente emocionado expresó: “La danza  es un abrigo en el alma”.


La escritora del texto utilizó las palabras textuales de María Susana Eguaburo y María Eugenia Bertossi, ex alumnas y amigas del profesor.


 Hace unos días (el sábado 8 de noviembre) el Maestro de danza Eduardo Ibáñez nos dejó. Se llevó  el respeto y afecto de sus alumnos  que le demostraron hasta sus últimos días.


Hace dos años, una de sus alumnas me llevó hasta su casa para entrevistarlo, personalmente sabía mucho de él porque mi hermana (María Eugenia) había sido su alumna y lo admiraba mucho.


Aquella tarde de la entrevista fue un privilegio conversar con él y reconstruir algo de la historia de la danza de nuestra ciudad. Si había una palabra para definirlo, esa palabra era: humildad.


Era una tarde apacible en Rosario, después de varios días de calor agobiante, el 11 de enero visitamos al Maestro Ibáñez en su acogedor departamento de calle Laprida, porque es único e irrepetible en el mundo del ballet,  además tiene mucho para contar y es difícil encausarnos en un solo tema porque todo tiene ramificaciones interesantes, por suerte, cuento con la colaboración de María Susana Eguaburo, ex – alumna y amiga del maestro.


A lo largo de la charla me di cuenta que su historia no la relató desde su persona sino siempre desde los otros que dejaron huellas en él.
Es humilde, de muy bajo perfil, un apasionado de la danza y de la enseñanza de la misma. Tiene mucho humor que siempre arranca de reírse de sí mismo en cada una de las anécdotas graciosas que recuerda.


Nada reconoce como mérito propio sino como mérito de lo que le dejaron sus maestros.


Así, hoy sus alumnos reconocen en él características valiosas e imborrables: “la manera de corregir los errores y depurar la técnica, la paciencia y constancia y un análisis del movimiento con el que podía decir exactamente donde estaba la falla.


Tuvo una formación tan rica que además, la supo elaborar y entregarla. Todo esto en un marco de trabajo serio y respetuoso.

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Recorrer la historia de trabajo de Eduardo Ibáñez es recorrer también la historia de la ciudad, de datos que muchos desconocemos, como por ejemplo que en el Teatro El Círculo, en la década del cuarenta funcionaba una escuela de ballet donde el maestro Ibáñez comenzó a tomar sus primeras clases de danza clásica, casi por curiosidad.


En su formación aparecen los nombres de Teresa Baltzer, danza española con Elba Tellería en el Instituto Gráfico (hoy Mateo Booz), la escuela bolera con Luisa Pericet en la Lucila  – provincia de Buenos Aires, (hermana de Ángel Pericet, la gran familia de bailarines españoles representativa de esa danza ibérica.


También lograría ser becado para estudiar con maestros del Teatro Colón y del Argentino de La Plata, además de su experiencia en Rusia.


En su trayectoria profesional se cruzó con otros hacedores de la danza y de otras disciplinas artísticas como por ejemplo: Pía Malagoli, Hugo Lecchini, Héctor Barreiros, Cholo Motironi y  Omar Torres.

Sus comienzos:
Nacido en Rosario, su infancia transcurrió en la zona de Santiago y Güemes, dado que su padre tenía un negocio de fiambrería y chacinados en el Mercado Oroño: “yo le ayudaba los sábados, ya a los ocho años cortaba la carne, una carne congelada y para eso mi madre preparaba un recipiente con agua caliente para templar las manos, luego con los años repartía la mercadería en bicicleta y de noche estudiaba el colegio secundario.”


Eduardo Ibáñez  siempre se sintió atraído por el arte, la música y el movimiento; desde muy joven ya siendo alumno de la escuela secundaria hacía teatro, (la obra Los Mirasoles donde interpretaba un pequeño rol) y también trabajó en LT8, en el Club de la niñez:
 “Así fue que una compañera me dijo que estudiara danza clásica, pero no me gustaba porque yo creía que me tenía que poner las puntas y prefería la danza española, aparte mi familia era de origen español.


“Para esa época pocos sabían que había un primer Cuerpo estable de ballet de Rosario en el Teatro El Círculo y curiosamente con un compañero, Oscar Aguirre, fuimos juntos para pedirle rebaja en la cuota a quien en ese momento era la directora: Susana Gosolino de Astesano, le dijimos que éramos primos para que nos rebajara el precio.”


Los lunes venían de Buenos Aires bailarines del Teatro Colón para montar obras de repertorio.


En la primera clase la vimos dirigiendo a Irma Carrillo “La Danza de los cocheros” de Petroushka.


A mí me ubicaron en un costado de la barra de la derecha y quienes nos enseñó las primera posiciones era Lucrecia García Vera.

¿Qué fue lo que hizo que eligiera la danza entre otras disciplinas?
 Por provenir de padres españoles y creyendo que esa sangre corría por sus venas, comenzó a estudiar flamenco con las hermanas Palomo y con su compañero Aguirre,  quienes allí también le dijeron que tendría que estudiar clásico. Aparte, su padre era amante de la música clásica.


De aquella etapa del cuerpo de baile en el Teatro El Círculo Ibáñez recuerda que hicieron muchas obras como el Carnaval de Schumann, Petroushka, Lago de los Cisnes a dos pianos.


El comunismo era perseguido en esa época por el peronismo y puesto que el esposo de la directora militaba en el PC decidieron alejarse de Rosario y con esto se fue disolviendo aquella escuela en el Teatro más grande y antiguo que hoy tiene la ciudad.


 Eduardo Ibáñez, reconoce a Teresa Baltzer, como la artífice de su destino


En el relato de Ibáñez,  el nombre de Teresa Baltzer se reitera infinidad de veces, pues nuestro entrevistado la reconoce como la maestra que depuro su técnica.
Esta profesora representante de la escuela alemana de la danza tenía su instituto en la calle Mitre: “Allí mismo, en el Instituto Coreográfico, María Teresa junto con la pianista Elsa Belmonte de Guastavino me dieron la sorpresa de ofrecerme la coreografía de “Mascarade” de Katchaturian.


María Teresa me dio la oportunidad de crearlo y bailarlo. ”


El maestro Ibáñez siendo becado para estudiar con los maestos del Colón y el Argentino de La Plata tuvo la posibilidad de compartir clases con “Otto Weber, María Luisa Lemos, Wassil Tupin, Aída Amicón, Carlos Scchiaffino (muy compañero quien me ayudó muchísimo pero que lamentablemente falleció en la tragedia del avión que cayó en el Río de La Plata), Raúl Franco, Beatriz Moscheri (primera bailarina del Teatro Colón de BA). “

El primer Ballet Municipal en Rosario
“Cuando se crea el ballet Estable Municipal la directora era Juana Martini (quien junto a Olga Ferri y Esmeralda Agoglia fue una de las tres primeras bailarines argentinas de esa época), y tuve el honor de bailar con ella el Fandango de doña Francisquita.


Ese ballet comenzó a funcionar en la intendencia de Luis Cándido Carballo que apoyó mucho el trabajo de la directora, los bailarines de primera fila ganábamos $650, y la segundo $550, era muy buen sueldo, y con ello le compré una cocina nueva a mi madre” recuerda con humor nuestro entrevistado porque cree que después de aquella época nunca vio que se pagara ese sueldo a un bailarín profesional solo por bailar, ya que a veces cuando el sueldo es bueno no es solo por bailar sino por dar clases u realizar otras tareas.

Un bailarín rosarino en la escuela rusa
En los años 70 una institución que promocionaba el intercambio cultural con la entonces Unión Soviética invitó a un grupo de bailarines a viajar a Rusia para tomar clases de técnica. Viajaron bailarines del Teatro Colón y de Rosario, en total 27 argentinos.


 Además de Eduardo Ibáñez, de nuestra ciudad también participaron: Sabrina López, Alicia Visconti, Silvina Castillo y Florencia Leguizamón.


“Fue una avanzada, una emoción poder haber hecho un viaje de ese nivel. Yo para esa época no estaba en condiciones físicas Ya era maestro y coreógrafo, no bailaba. Con nosotros viajó Roberto Fontán que había sido primera figura del Colón. En la primera clase me senté con él y él me dijo que solo iba mirar la clase y nos quedamos sentados, pero luego pensé: ¿hice tanto esfuerzo en llegar hasta aquí para quedarme sentado?, entonces al día siguiente me puse el equipo y participé de la clase. En un momento la profesora lo llama al traductor y le pide que me pregunte de donde era, yo le dije de Rosario, Argentina, y ella dijo: se nota que no está en estado pero tiene muy buena escuela. Esa escuela era la de María Teresa Baltzer y también la de Carlitos Schiaffino.


Esto se hizo durante un mes en Bielorrusia allí trabajamos las clases técnicas que eran muy fuertes”.

¿Cuál era la diferencia entre ese trabajo y el que se hacía en la Argentina?
Los tiempos musicales, el salón era muy grande, probablemente de 40 metros, la pianista se ubicaba en el medio, esa vez accidentalmente me ubiqué en la barra casi enfrente de la pianista, en un momento de la clase ella le dice al traductor que cuando la profesora se iba para atrás y no la escuchaba se guiaba por ese alumno (señalándome) porque tiene oído musical. Y es que corregían mucho los acentos musicales.


Hay un paso el Grand Battement que nosotros hacemos 18 o 24 veces para practicarlo, allí se llegaba hasta los 64.


Las clases eran dinámicas, había que trabajar mucho la cabeza y los tiempos musicales, aunque eran hermosas clases.


De Bielorrusia nos trasladaron a Petrogrado (San Petersburgo) a ver las clases coreográficas donde el ensayo era un salón que tenía el mismo declive y la misma profundidad que luego presenta el escenario del teatro, entonces cuando los bailarines pasaban de la sala de ensayo al escenario, no había problemas porque no encontraban diferencias.


Las funciones en Petrogrado eran a las 16 o 17, la gente las tomaba con mucha normalidad, es que había arte por todas partes.


En ese viaje también los encontramos a Olga Ferri y a su esposo, el bailarín Enrique Lomi a quienes conocía del Teatro Colón y quienes habían viajado con la muy pequeña Paloma Herrera. ”


¿Al regreso, esa manera de trabajar le cambió mucho su manera propia de trabajo?
Me clarificó mucho, algunas cosas yo ya las tenía gracias a lo aprendido con Teresa Baltzer y Carlos Scchiaffino, por eso Valentina Saieva (la pianista) me había preguntado de donde era. Y hasta el día de hoy apliqué todo aquello que vi y viví en Rusia, los tiempos y contratiempos.


Cuando nos hicieron la cena de fin de curso nos sentaron en una mesa con forma de U, de repente, vino un traductor y me dijo que a la señora Saieva le gustaría tener el honor de que Ud. se sentara a su derecha”.


¿Existen hoy “las escuelas de danza”?
En la época en la que yo estudiaba era una mezcla de estilos con elementos de la las escuelas francesa italiana e inglesa, pero con preponderancia de la francesa, en el Colón por ejemplo, en aquella época estaba todo mezclado, hoy en cambio se está clarificando más. La diferencia entre una y otra está en las dinámicas, los tiempos, la energía que se aplica, los port de bras quebrados o los largos, como el de la escuela inglesa .


Después de Rusia hubo otros viajes a otros países de Europa, por ejemplo para dar clases o poner coreografías propias en Krepfeld (Alemania) y Pescara (Italia).
Para cuando Ibáñez viajó a Rusia ya había fundado por segunda vez, el Ballet Estable Municipal que hoy lleva 35 años de trabajo sin interrupción, allí dirigió el ballet e hizo numerosas coreografías, muchas de las cuales se siguen interpretando.


 Para antes de esto ya había fundado el Estudio Pro Arte y Ballet Pro Arte en los años 60. Los bailarinaes sabían que donde estaba Ibáñez el buen nivel de la danza era garantido.


Ser útil con la danza
Yo quería hacer algo, no en Rosario sino en los alrededores, quería ser útil con el arte y hacer algo más que la danza por la danza misma y una compañera, Gladys Becerra me dijo que vayamos a San Lorenzo que allí no había nada, eran los años 60.


Fuimos a la Municipalidad de San Lorenzo y nos ofrecieron un lugar muy grande con piso de mosaico, pero más allá había algo, le preguntamos qué era y nos dijeron: es un escenario que no sirve, yo le dije me interesa eso, por el piso que era de madera. A partir de allí hicimos mucho esfuerzo pero con ganas logramos muchas cosas, más tarde nos ayudó mucho una pintora, Cecilia Curtis de Ghío y nos creó la Escuela Municipal de Arte de San Lorenzo.

Yo tiendo a hacer neoclásico siempre sobre una base de clásico, también tengo características contemporáneas. Es que para hacer clásico hay que ser bueno y hoy se observa una juventud con una técnica increíble y con un aprendizaje muy rápido”.

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Bibliografía:
La expuesta en el texto.

Topografía:
Eduardo Ibáñez, consagrado bailarín de ballet nacido en Rosario, cuyo nombre aun no forma parte de una Ordenanza del Honorable Concejo Deliberantes. Dicha institución argumenta problemas de tiempo.