CUENCA CLAUDIO MAMERTO (1812 – 1852)

Nos dice Eduardo Gutiérrez: “El día de la batalla de Caseros, ocupaba el célebre Palomar, una división de Infantería con algunas piezas, de cuya división formaba parte, como cirujano, el médico y poeta Claudio Mamerto Cuenca”.


El doctor Cuenca  era un hombre jovial y bravo; dedicado a la ciencia que profesaba, para nada se había mezclado en los sucesos políticos.


Había marchado a Caseros como habría marchado a Flandes, porque el gobierno lo había ordenado así. Y ¿Quién se atrevía a desobedecer?


En el campamento como en su hogar, el doctor Cuenca se distraía en escribir versos, pasión favorita del joven cirujano, a la que ha debido toda su gloria, pues Cuenca es más conocido como poeta que como médico.”


Nació el 30 de octubre de 1812 en un solar perteneciente a sus ancestros desde el siglo XVIII, donde habían nacido tanto su madre como sus hermanos, chacra bonaerense servida por numerosa gente negra.


Fueron sus padres Justo Casimiro Cuenca y  doña Lucía Calvo.


Su nombre de pila  era Claudio José del Corazón de Jesús y no se sabe porque capricho lo sustituiría por el de Mamerto.


Poco sabemos de su infancia. Hizo sus primeras letras en la casa parroquial para ingresar a los 16 años en el Real Colegio de San Carlos (actual Colegio Nacional de Buenos Aires),​ que en esos años estaba fusionado con el Seminario Conciliar, dirigido por los jesuitas y funcionaba junto al templo de San Ignacio.


 Excelente alumno, se recibió de bachiller con notas sobresalientes y cuatro años más tarde ingresó al Departamento Médico de la Universidad de Buenos Aires. Sus maestros en la medicina, entre los que se encontraban los doctores Francisco Cosme Argerich y Raúl Cristóbal Montúfar, entre otros, formaron  - a pesar de lo precario de la época -  destacados médicos.


 En la Universidad de Buenos Aires tuvo como maestros a Diego Alcorta, León Banegas y Miguel García, y en medicina, a Irineo Portela, Gómez de Fonseca, Francisco de Paula Almeyra, Juan José Fontana y Fuentes Arguibel.


​ En el Hospital de la Residencia se dictaban cátedras para el estudio de materias específicas, pero muchas veces, “la casa del profesor era el lugar indicado para desarrollar las clases ayudándose con figuras y atlas anatómicos”. Eso sí concurrió al Real Colegio de San Carlos, donde gravitó como alumno de clara inteligencia.


Pasó a los 20 años al Departamento de Medicina, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, egresando con el título de médico en 1838.


Su tesis “Opúsculo sobre las simpatías en general” de 161 páginas, fue considerada  que las sensaciones y emociones tienen su afinidad con la Anatomía, Fisiología y  Patología.


Dos años después   fue nombrado profesor de Anatomía y Fisiología en plena era rosista. Y fue tal su capacidad profesional que al partir el médico personal de Rosas sería elegido Cuenca para reemplazarlo y simultáneamente cirujano mayor del Ejército.


Obviamente lo halló en pleno ejercicio de sus funciones la batalla de Caseros. Durante el enfrentamiento  junto al doctor Claudio Mejías ubicado detrás del Palomar  en el centro de un hemiciclo formado por once carretas, que hacía de hospital de sangre, atendía a los heridos a cielo abierto y sin el material quirúrgico necesario.


Cuando las tropas se batían reciamente, en medio del fuego de artillería  Cuenca hacía esfuerzos denodados para salvar vidas.


Las fuerzas del coronel Pallejas, coronel jefe de Urquiza, al atacar el Palomar , lo sorprendió vistiendo el uniforme de los oficiales de Rosas, que era lo que correspondía a los oficiales del ejército, y por tal lo tomaron aquellos hombres  que no se cansaban de matar. De inmediato fue acometido  a tiros, bayonetazos  y  puñaladas.


Contaba con cuarenta años, próximo a casarse con María Atkins, y según el historiador Cutolo: “Cuenca, era de  porte distinguido, frente ancha, cejas pobladas, ojos grandes rasgados... mentón firme, expresión  de voluntad, sumada a  una posición social y económica que le hubiera permitido vivir  en plenitud su vida y su profesión”.


Su vida se apagó como muchos que quedaron en el camino de la historia en pos de ideales, que tal vez no quiso elegir y le fueron impuestos.


 Al otro día el coronel Pallejas le fue entregado por sus soldados la valijita del joven  médico descubriendo que el que el inspirado poeta había sido muerto, víctima de un error.


En el bolsillo de su  casaca de médico militar se encontró un poema “Mi cara”, compuesto en la  víspera de su muerte, donde dejaba sentado su adversidad por la política de Rosas, su inicuo régimen y la proximidad de su derrota.


En la biografía que escribiera el médico Gómez de Fonseca, con el seudónimo “Un contemporáneo” expresa: “Cuenca dejó estas proféticas palabras: “Morir en la mitad de la vida, cuando se tiene delante de sí, la perspectiva de una estrella que nace, morir sin haber colmado los deseos de padre, cuando se ve tejer una corona para la frente y cuando tantas esperanzas se desvanecen con él, es muy  bárbaro morir” .

 

 

 

Bibliografía:

 

Gutiérrez Eduardo: Croquis y siluetas militares.”El soldado poeta.”Edit. Librería Hachette. Buenos Aires.

 

Risolía Atilio: “Claudio Cuenca, mártir de Caseros”. Buenos Aires, 1942.

“A cien años del fin de Claudio Cuenca, poeta.” La Nación. Edición 3 de febrero 1952.

Cuenca. Pasaje. Topografía.

Corre de E. a O. en la manzana rodeada por las calles Crespo e Iriondo, Bv.27 de Febrero y calle Cafferata.

 

Se le impuso ese nombre por D. 21.794 del año 1958.

 

El mercenario español José Pons Ojeda (que se hacía llamar «León de Palleja»), que pertenecía al ejército multinacional que invadió Argentina en 1852 a las órdenes del general Justo José de Urquiza, lo mató a sablazos debido a que Cuenca quiso proteger a los heridos de su hospital de campaña, inmediatamente después de la batalla de Caseros.

 

Reitero el pasaje  de Rosario lleva el nombre Claudio M. Cuenca (1812 – 1852), como homenaje al  médico y poeta muerto en el desempeño de su profesión durante la batalla de Caseros.

 

Con anterioridad era conocido por Pasaje C.