Nos dice Juan Salinas en la revista Sociedad del 11 de febrero de 2006. “Cualquiera que pregunte a un grupo de personas de mediana cultura quien fue Chilavert, se encontrará con obvias referencias al arquero paraguayo y sólo con extrema suerte con alguna referencia a este porteño que desde muy niño fue educado en España y que regresó a la patria en la misma nave que el coronel José de San Martín y su comprovinciano y medio hermano rico, Carlos María de Alvear.”
En efecto el coronel Chilavert regresó a su tierra natal a bordo de la nave George Canning, el 9 de marzo de 1812 junto a San Martín, Alvear, Zapiola y otros patriotas.
Nacido en Buenos Aires el 16 de octubre de 1798, al igual que nuestro Libertador, era hijo de un capitán español y destinado a la Península a fin de seguir carrera militar.
Radicado casi definitivamente en el Viejo Mundo, al enterarse que un grupo de argentinos partía hacia el Río de la Plata, rogó el consentimiento de su padre.
Cuando el Gral. San Martín integró el Cuerpo de Granaderos, no dudó en incorporarlo, más en clase de cadete por su condición de casi un niño. El Jefe le llevaba justo veinte años.
Fue dado de alta como subteniente de artillería en1817, comenzando a estudiar en la Academia de Matemáticas hasta graduarse de ingeniero.
Ingresó al Regimiento de Granaderos de Infantería, obteniendo el grado de subteniente de artillería. Siguió la carrera de Alvear en 1820, uniéndose a la invasión de Buenos Aires por Estanislao López, y luchando en Cañada de la Cruz y en Pavón.
Terminó exiliado en Montevideo, de donde regresó en 1821 y renunció al ejército, para completar sus estudios de ingeniería. Fue docente en un colegio secundario y en 1823 participó en la fundación de Bahía Blanca como ingeniero.
Se reincorporó a las armas en 1826 para luchar en la guerra contra el Imperio del Brasil, alcanzando el grado de Sargento Mayor en la artillería.
Dirigió una batería sobre el río Paraná y combatió en el regimiento de infantería de Tomás de Iriarte en la campaña al sur del Brasil y en la batalla de Ituzaingó.
En noviembre de 1827 impidió una invasión brasileña en la desembocadura del río Salado y participó en la campaña de Fructuoso Rivera a las Misiones Orientales.
Allí estaba cuando la revolución de diciembre de 1828, en la que Juan Lavalle derrocó y fusiló a Manuel Dorrego.
Al año siguiente se trasladó a Buenos Aires y fue uno de los jefes de artillería en la derrota de Puente de Márquez.
Caído Lavalle, lo siguió al destierro en el Uruguay y en sus campañas en Entre Ríos. Ya para entonces era un decidido unitario, aliado de Ricardo López Jordán (padre), Justo José de Urquiza, y consideraba a Lavalle su jefe natural.
Vivió largo tiempo en un pequeño pueblo de la vecina orilla, ,y desde 1836 fue el jefe de artillería de los distintos ejércitos de Fructuoso Rivera en su lucha contra Manuel Oribe, luchando en la derrota de Carpintería, acompañándolo en su exilio en el Brasil y junto a Lavalle, en la victoria de Palmar.
Aunque estaba alarmado por la dependencia en que se ponían los aliados respecto a Francia, siguió a Lavalle en su invasión a Entre Ríos en julio de 1839, como jefe de estado mayor y de la artillería, pero tuvieron muchas discusiones hasta que Lavalle terminó acusándolo de indisciplina.
El coronel Chilavert fue un muy listo por sus conocimientos científicos y un verdadero instructor de soldados con sobrada experiencia guerrera, lástima que dominado por su carácter altivo eran difíciles e incomprensibles sus actitudes con los jefes y unidades a quienes servía.
En su última etapa de exilio, al enterarse de la batalla de Vuelta de Obligado, aunque opositor político decidido de Juan Manuel de Rosas, en abril de 1846 le ofreció sus servicios.
Expresa Pacho O´Donnell en su obra ”El águila guerrera”: “Enterarse de que su patria sería invadida por tropas brasileñas en alianza con compatriotas al mando de Urquiza, hizo arder la sangre a Martiniano Chilabert. Abandonó su exilio montevideano y cruzó el río para ponerse a las órdenes del Restaurador, quien sabiendo de sus quilates de militar valiente y avezado, puso la artillería a su mando.
En la batalla de Caseros disparó hasta el último proyectil, haciendo blanco sobre el ejército imperial que ocupaba el centro del dispositivo enemigo. Cuando ya no le quedaron balas hizo cargar con piedras sus cañones.
Luego derrotado el ejército de la Confederación, recostado displicentemente sobre uno de los hirvientes cañones, pitando un cigarrillo, esperó a que vinieran a hacerlo prisionero. No se estaba rindiendo. Sólo aceptaba el resultado de la contienda”.
Triunfante Urquiza lo hizo matar, fusilándolo a la usanza del castigo impuesto a los traidores, por la espalda.
La ejecución se llevó a cabo un día después de la batalla el 4 de febrero de 1852, en la que Chilavert no se amilanó en ningún momento.
Al aproximarse un oficial para tratar de colocarlo de espaldas, cuenta Saldías: "de un bofetón fue a dar a tres varas de distancia" mientras el reo se golpeaba el pecho pidiendo que le tiraran los soldados.
En la confusión sonó un tiro que le ensangrentó la cara pero que no le impidió seguir gritando: "Tirad, tirad aquí, al pecho" hasta que fue ultimado a bayoneta, sable y culatazos, más no lo fusilaron por la espalda.
El Gral. Urquiza, tiempo después negaría que lo hubiese mandado a fusilar, más, cuando lo supo se sintió consternado, porque en su interior pese a sus abismales diferencias políticas, lo reconocía como un valiente servidor a la Patria.
Al día siguiente su cadáver fue entregado a los deudos. Su viuda, doña Antonia Castellote y Palacios con sus hijos emigraron a Montevideo.