Situada en pleno corazón de los valles calchaquíes, la comarca salteña fue antiguo bastión de indios levantiscos. Hoy es famosa por su vino, sus magnificos paisajes y está sembrada de tesoros arqueológicos.
Las vides traídas por los conquistadores prendieron en Cafayate con un clima hecho a medida que produjo el milagro “de las dulces vendimias y la paz de los olivos”.
La comarca fue sucesivamente tierra de los cafayatís o cafayates (una parcialidad diaguita “sujeta al poder español en 1662”), zona de encomiendas y asiento de doctrineros franciscanos de Rosario del Calchaquí.
Pero las primeras nueve manzanas del pueblo se demarcaron recién en 1840 en terrenos donados por doña Josefa Antonia Frias de Aramburu. Esta formación tardía hace que carezca del encanto hispánico característico de otros enclaves de los valles calchaquíes.
A cambio luce calles arboladas con profusión y arquitectura de cuño italianizante que, a fines del siglo pasado, repartió cornisas y arcos de medio punto por toda la Argentina.
Es también territorio cargado de vestigios arqueológicos y escenarios cautivantes de leyenda. La más difundida cuenta que cuando los emisarios del Inca .
Atahualpa se enteraron de su muerte de manos de la gente de Pizarro, escondieron en un cerro de las cercanías, el tesoro que traían para pagar su rescate.
Durante siglos, muchos intentaron descubrirlo sin éxito, hasta que por fin un afortunado lo encontró, bajó de los cerros en busca de ayuda y al volver nunca más pudo localizar el lugar.
Para llegar a Cafayate, tierra de sol, ajíes picantes, tablas de queso y quesillos de cabra frescos, humitas, tamales y vino Torrontés, una opción es volar hasta Salta capital y desde allí, recorrer en auto 183 kilómetros por la ruta nacional 68.
El camino serpentea ríos que acompañan por largos tramos del viaje entre cerros de colores con curiosas formaciones rocosas y paisajes cambiantes a cada curva, con innumerables contrastes de colores: el rojo ladrillo de los cerros tallados por el viento, el ocre del pasto seco, el gris de las piedras, el verde opaco de algunos cactus, como también el blanco de las cabras que resaltan entre montañas y manchones verdáceos…Si hasta el poeta José Ríos le dedicó una cueca que empieza así:
Cuando llego a Cafayate
Siempre busco un alma amiga
Y entre medio de los quesos
Siempre encuentro al Humiga.
El Humiga era un viejo almacén de ramos generales, donde se vendía de todo, casi hasta el alma de los parroquianos, que entre vaso y vaso de vino a $1, dejabann algo más que la salud. Colgaban los quesos, el charqui, los ajíes y donde descansaban en orondas las damajuanas amigas de las empanadas.
Con referencia a su vino podemos decir que la uva torrontés es nativa de La Rioja (España) pero en ningún lugar prendió mejor que en Cafayate, donde habría sido introducida en el siglo XVII por los jesuitas.
La transformaron - con oficio de Pigmalión – en la versión perfecta de sí misma, “en una uva distinta, con caracteres propios” Por eso no extraña que produzca un vino de calidad superlativa y características únicas.
El Torrontés de Cafayate sabe a fruta fresca, brilla como el oro, y se lo considera como algo típico de Argentina tanto como el dulce de leche y el mate en bombilla.