CABALLITO CRIOLLO

América no fue conquistada por un ejército  regular ni profesional sino  por hombres que buscaban la riqueza.


Caballeros con armaduras articuladas de acero para soportar las embestidas indígenas y las asperezas salvajes  de la naturaleza de las nuevas  tierras.


La presencia del caballo unido al jinete representaba para los naturales, una cosa monstruosa e infernal llegando hasta creer que eran seres sobrenaturales.


En realidad sería demoledor el poder del español montado a caballo, sobre los nativos que eran gente de a pie.


Pero ¿cuáles fueron las  armas ofensivas de esos aventureros hispánicos? Las lanzas, la espada y el caballo.


Por lo tanto para  los indios “jinete y caballo” eran una sola cosa monstruosa, iracunda, veloz que los alcanzaba en la más rápida carrera.


 Más los indios,  enseguida descubrieron  que tanto el caballo como el jinete eran vulnerables y procuraron ejecutar primero a los animales a flechazos o con armas brutales hechas de piedras y tientos vegetales y  con sutil ingenio cavaban  pozos que cubrían disimuladamente para que cayeran lesionados o quebrados.


 El Inca Garcilaso escribió: “Las razas de caballos de todos los reinos y provincias de las Indias descubiertas por los españoles después de 1492 hasta el presente (escrito a fines del siglo XVI, son de las razas de yeguas y caballos de España, particularmente de Andalucía.”


Como sería la importancia que le darían al hecho, que los Reyes Católicos se interesaron para que Colón los embarcase en el segundo viaje, cuidando de que viniesen padrillos y yeguas.


Según el investigador Guillermo Terrera: “Los primeros caballos y yeguas que llegaron al Río de la Plata fueron 76, traídos por el conquistador don Pedro de Mendoza en 1535”. (Dato suministrado por Uldrico Schmidel).


En 1536  los españoles hallaron en el caballo,  el último recurso para saciar la hipofagia que los acuciaba al ser sitiados. (Aclaremos ocurrió cuando se produjo la primera y fallida fundación de Buenos Aires).


Así  fue que el caballo se convirtió en lo único que salvó la hambruna de los vecinos durante la destrucción del poblado por los indómitos querandíes, cuando ya no les hubo quedado ni galletas secas ni pescado salado.


Y, sin mediar mucho tiempo, se arriesgaron a montar sin estribos los chúcaros (como llamaban a los potros).


Después, don Juan de Garay montado en su rocinante, como otros tantos conquistadores, cubría largar distancias, “abriendo puertas a la tierra”, arremetiendo contra los indios nómades.


El fundador de Santa Fe, prometió la libre disposición de este ganado por el vecindario, pero el Adelantado Torres de Vera y Aragón al asumir el gobierno de estas regiones, revocó tal concesión, declarando al caballo propiedad de la Corona, hasta que la Real Audiencia de Charcas, confirmó la merced de Garay el 17 de agosto de 1587. (Puede verse la copia de estos documentos en “Garay Fundador” en su apéndice, de la Edición Municipal, Buenos Aires, 1915.)
De ahí en más el caballo criollo, derivado del español, fue un arma de guerra, un medio de transporte, un instrumento de trabajo, mercancía y alimento tanto para los blancos como para los aborígenes.


El Gobernador Diego Marín Negron, a fines del siglo XVI informaba al rey de España: “Hay grandísimas multitudes de yeguas y caballos silvestres con que han dado ocasión a los indios sobreponerse a nosotros y están tan diestros que no les da cuidado montarlos sin sillas ni aparejo.”


El profesor Ángel Cabrera en su libro Caballos de América, en la página 327, después de referirse a la importancia de la llegada de las tribus araucanas a nuestras pampas (siglo XVII) dice: “Este hecho fue de gran trascendencia para la historia de nuestro equino criollo, porque en la vida de aquellos indios habían llegado a ser, los caballos, un elemento indispensable llegando hasta las inmediaciones del propio Buenos Aires para procurárselos en la mayor cantidad posible, ya robándoselos a los españoles en sus malones, o ya capturando yeguas en las famosas bagualadas.”


Promediando el siglo XVIII, los enemigos mortales de los caballos salvajes eran los grandes carniceros como el puma y el yaguareté, porque los cristianos sólo enlazaban alguno para domarlo, o matarlo en caso extremo, cuando se acercaban a alborotar el ganado manso.


En 1847, W. Mac Cann describió en “Viaje a caballo”, durante una estadía en una estancia de Quilmes: (...) Me hallaba en esa tarea cuando fui sorprendido por un ruido sordo, acompañado de una trepidación: La tierra parecía temblar bajo nuestros pies. A poco pude advertir que se trataba de una inmensa tropa de baguales que, para mis ojos inacostumbrados a ese espectáculo, no bajaban de mil y se acercaban galopando por la llanura.”


Coincidentemente por esos mismos años, Ricardo Newton comenzó a difundir el alambrado, lo que aceleraría la desaparición de los cimarrones de la región pampeana algunas décadas después.


Así como existió el caballo del indio, aquel cimarrón después convertido en caballo criollo, sería el que en su lucha con la naturaleza, se mostraba victorioso enfrentándose vigoroso con sus crines al viento;  convirtiéndose así en el caballo patrio  montado por los soldados, quienes le infligían un buen trato.


Ambos caballos, salvaje y criollo, si bien tenían el mismo origen, se diferenciaban por las vidas y destinos que tuvieron.


Los caballitos jalonaron con su marcha los caminos de la Patria, integrando parte de la formación de las milicias, del nacimiento de los símbolos, de las campañas expedicionarias, y de la búsqueda de la libertad y la igualdad para sus pueblos.


Belisario Roldán escribió aquello de:
Caballito criollo, del galope corto, del aliento largo, del instinto fiel.
Caballito criollo, que fue como un asta, para la bandera que anduvo en él.

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Bibliografía:
La enunciada en el texto.


Caballito Criollo. Camino. Topografía:
Vía pública que corre de N. a S. Frente a la estación El Gaucho del Ferrocarril Gral. Belgrano.
Se le impuso este nombre por O. 2099, sancionada el 27 de noviembre de 1974.
Recuerda a los primeros caballos traídos por los conquistadores de América y al clamor, el olor, la sangre y el esfuerzo del caballito criollo.