Ese crecimiento dejó profundas huellas en el perfil socio-cultural de la ciudad. Al respecto asiente Ricardo Falcón: Ese perfil se conformará entre las tres últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siguiente, por “la elite”.
Una cierta clase social incipiente económicamente surgida de una mezcla de los primeros habitantes encumbrados, más los inmigrantes convertidos en nuevos ricos por su acción en el comercio y en el contrabando. -término éste que se confundía bastante, con comercio exterior.
Estaba conformada por hombres que instauraron una política liberal progresista y de modernización, ya que no aceptaban el modus vivendi del gaucho.
Entre las cuestiones más importantes que quisieron resolver, la más trascedente fue “la del buen orden”.
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La elite pretendía incorporar a los sectores populares a su propia concepción del trabajo y moral, estableciendo cómo debían ser los comportamientos humanos en una ciudad que progresaba en modelo civilizatorio.
Expresa Falcón: “Las primeras preocupaciones de la elite estuvieron alrededor de la necesidad de disciplinar al sector de trabajadores “criollos”, expulsados hacia la ciudad por el proceso de reorganización productiva que había vivido la campaña circunvecina.
Eran los famosos “vagos y malentretenidos”, poco proclives a aceptar la lógica del trabajo u del orden que transmitía la perspectiva capitalista que había ganado la elite”.
No existía una clase media que pudiera servir de nexo entre ambos grupos antagónicos.
El grupo social de la campaña (el gauchaje) en sus distintos segmentos, tenían tradiciones culturales propias y no se adherían a lo que la elite quería generalizar.
Desconocían las transformaciones sociales y jurídicas de la ciudad y obviamente no admitían que en virtud de un nuevo concepto de “vagancia” fuera delito galopar de pago en pago.
La denominación "gaucho" recién comenzó a utilizarse en forma habitual en las últimas décadas del siglo XVIII, denominando un cierto tipo rural independiente y rebelde de origen criollo, que no obedecía ni aceptaba las rutinas sociales y de trabajo impuestas por las autoridades.
Originalmente, en el siglo XIX se usaban las palabras vagabundo o vagamundo, changador, forajido, y más tardíamente, gauderíos, para este grupo social "cimarrón" y multiétnico.
Los “gauchos” y los “gauderios”, antecesores suyos, junto con los “changadores” lograban subsistir compartiendo y mezclándose con guenoas y guaraníes y otros pueblos nativos, con los recursos naturales de la zona, y especialmente, por el abundante ganado cimarrón que se había reproducido en las praderas de estos territorios.
El propósito de la elite alejó a los gauchos del núcleo urbano y lo aproximó a las tolderías y junto a los indios, dueños y señores de la pampa, dominaron el caballo con arte insuperable.
En Buenos Aires, la situación era semejante a la de Rosario y como José Hernández en sus correrías por las estancias bonaerenses de Piñeiro, Vera Casares y Lavallol, domó potros, pialó, tiró el lazo con destreza, vivió las peripecias del fortín, resistió a los malones y convivió con los hijos de esa inmensa pampa: “los gauchos”, hizo una defensa de los mismos, en su consagrada obra Martín Fierro.