Nació el 30 de abril de 1925 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
A los 18 años, recibido de maestro en Avellaneda, se instaló en un pueblo del Chaco santafesino para comenzar sus primeros años como maestro rural. De allí regresó para cumplir con el servicio militar.
En Buenos Aires inició luego su militancia gremial, hasta llegar a participar en la redacción del Estatuto del Docente y protagonizar la unificación de su gremio en la CTERA, de la cual fue secretario general.
Se apartó en 1957 del Partido Socialista que presidía Américo Ghioldi por su oposición a que sus compañeros integraban la Junta Consultiva, creada por los militares que derrocaron a Juan Domingo Perón en 1955.
De joven ejerció la docencia y en los años 60, se dio el gusto de ser guionista de las “Obras Maestras del Terror” que protagonizó Narciso Ibánez Menta.
Buscando la unidad de los numerosos organismos que agrupaban a los maestros, en 1975 fue uno de los miembros fundadores de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), donde fue elegido copresidente.
Ese año también fue impulsor de la fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), y el golpe significó una pesadilla que desde un principio no pudo aceptar.
Alfredo Bravo cuando se desempeñaba como diputado por la Unidad Socialista y simultáneamente presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, el 8 de septiembre de 1977, fue secuestrado por un grupo de tareas mientras daba clases nocturnas de castellano en una escuela de Colpayo y Rivadavia, en Caballito.
Permaneció desaparecido hasta que fue liberado el 16 de junio de 1978. La tortura le dejó secuelas vasculares en sus piernas.
A continuación transcribo las palabras de Ernesto Seman, sobre las confesiones que hiciera el propio Alfredo Bravo, sobre la forma en que fue tratado, brutal e inhumanamente durante su cautiverio:
“Durante la tortura tuve alguien que me dio la fuerza suficiente para aguantar, una voz. Yo estaba tabicado, y encapuchado, desnudo, y con las manos atadas. El frío me atacaba los intestinos, me hacía las cosas encima, porque no podía ni siquiera golpear o llamar. Vivía así.”
“Uno pierde la noción del tiempo, la noción del mundo. Vos ahora tenés algo, pero yo te digo: ‘cerrá los ojos durante una hora’, y yo te traslado en esa hora y vos perdés noción del mundo en que vivís. Aun así, sin que te pase nada. Entonces, esa voz me trajo ese mundo de afuera, que era el mundo al que yo necesitaba aferrarme, que era el mundo del que yo venía... Ahí dentro tenía ese mundo interior, un mundo nuevo, y lo único que había recibido de afuera eran castigos por todos lados.”
“Cuando me bajan por primera vez de la parrilla, me dice: ‘Maestro, escupa todo, y no trague nada’. Claro, porque cuando te ponen la picana, la lengua te queda como un... tomate..., casi que te asfixiás. Y si tomás agua se te hincha todo. Después, cuando me queman los pies, las piernas, me dice: ‘Maestro, aguante que falta poco’.”
“Esa fue una de las sesiones más dolorosas, más jodidas, todavía tengo eso grabado. Te metían las piernas en agua hirviendo y en agua fría, no te quemaban de una vez. Yo ahora no puedo tomar un vasodilatador ni por mula, porque no sabés en qué estado tengo las venas y las arterias.”
“La tercera vez, cuando me hacen la crucifixión, me dice: ‘Maestro, pegó en el palo’. ¿Sabe lo que eso significa?”
“Uno estaba esperando el único día en que te tocaban visitas. Y ahí venía mi señora, y mi hijo mayor, Daniel, y el menor, Gustavo.
La primera vez que ellos me vieron fue cuando me legalizaron. El día antes, Boca estaba jugando por una copa, y Gatti atajó un penal. Yo escuchaba a los guardias mientras me bañaban que decían: ‘Atajó, atajó el penal’. Y escuchando ese partido, mi mujer se entera de que me habían legalizado. José María Muñoz dice en el medio del partido: ‘El profesor Alfredo Bravo, el dirigente de la Ctera, está detenido en La Plata’.”
“Se imagina cuando vi a mi familia por primera vez, un gran llanto, una gran angustia.
No, no había llorado hasta ahí: nosotros íbamos en un camión, de ida iba arriba de todos los cuerpos, y cuando volvía, iba abajo. Y en el primer viaje había uno que venía diciendo: ‘Hay que gritar, hay que gritar, relajarte, es la mejor manera de no sufrir’.
Lo que hacías en ese momento era gritar, gritar, hasta que te extenuaras, entonces el cuerpo recibía menos, parecía que te dolía menos. Así que no había llorado. No sabés la alegría, la emoción de ese momento. Bueno, viejo, vieja, a los abrazos.
Lo único fue que yo no me podía parar, arrastraba los pies, y cuando me preguntaron qué me pasaba me levantaron los pantalones y vieron todas las piernas marrones. ¿Qué iban a decir? No podíamos tampoco decir mucho. Uno estaba en una sala, pero estaba rodeado fuera de la sala, y no sabía si adentro había micrófonos o no.
La comunicación era muy pedestre. ¿Cómo estás? Bien. Pero nada más. ¿Qué podía hacer? El abrazarse, el agarrar la mano, tenerlo al otro, eso. Ellos te hablaban de las cosas lindas, de los pajaritos de colores. De mamá, de los chicos, que estaban bien. Y no era así, el pobre Gustavo ya había entrado en una cura de sueño.”
“Cuando me dan la libertad viene a buscarme el mayor Gasparini, que era el nombre de guerra de Guglielminetti.
El tipo me dice: ‘Rápido, rápido, que nos tenemos que ir’. Yo no sabía por qué, en menos de cinco minutos agarré mis cosas y salimos disparando.
Los tipos ponen una baliza arriba del auto, y empezamos a subir por todos lados para rajar de la provincia, porque la provincia no me quería largar... Al punto que me vinieron a buscar de nuevo.
Yo ya estaba con libertad vigilada, y me vinieron a buscar y me salvaron los vecinos, que me hicieron saltar a la casa de al lado, ir por los techos, salir de ahí, porque me estaban esperando para reventarme esa noche. Los mismos policías que cuidaban la casa me decían: ‘Profesor, haga algo, porque para matarlo a usted, estos tipos no se van a detener con nada, y nos van a matar a nosotros’.”
“Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue recorrerla, saludar a los míos, llorar, ver mi jardín: estaba un poco como alelado. Quería estar solo, sentarme en el jardín. Y comerme el plato que más quería: milanesas con papas fritas.”
“Esa noche no pude dormir, extrañaba la dureza de la otra cama... Fue todo muy difícil, recomponer la vida sexual fue muy jodido. Me dolía todo el cuerpo. Llevó su tiempo porque depende mucho de la cabeza. Tenés que serenarte, recomponerte. Y sí también tardaba en tener ganas. Fue un proceso. La primera noche me levantaba, iba a caminar por la casa, por el jardín, no me dormía. Nadie dormía prácticamente, hasta que a las 4 o 5 de la mañana se cayeron todos palmados.”
“Hay una imagen que vuelve siempre: es la del tipo que me encañona con el arma, y el recuerdo de las voces. Eso lo tengo grabado. Pasamos por todo Boedo, de Boedo agarramos Caseros y después el puente Uriburu.
Apenas bajamos el puente me hicieron el primer... bueno, ahora digo simulacro de fusilamiento, porque en ese momento no sabía que era un simulacro. Entonces me acuerdo de la pelea que tenían ellos dos porque no habían llevado querosén para quemarme, además de una goma que no habían traído. ‘Porque estos bolches de mierda dan un olor’, escuchaba yo... y la discusión y entonces pum, pum, los tiros.”
“Y yo sentía al lado mío la tierra que se abría, por los tiros. Eso te volvía loco. Y después decían: “Dejalo, dejalo, después lo hacemos”. Eso te queda grabado permanentemente.” “Es decir: ver la muerte.”
En los interrogatorios, en medio de las torturas, le preguntaban quienes eran los miembros de la APDH que enviaban información al exterior. Bravo reconoció las voces: de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz.
Días más tarde, Camps le advirtió: “Pena de muerte puede ser de dos formas o que lo matemos nosotros o que se suicide usted”.
Sin embargo, las amenazas del represor no se concretaron y en junio de 1978
fue acogido a un régimen de libertad vigilada.
La liberación de Bravo, a principios de 1979, respondió a las gestiones de integrantes de Ctera y otras personalidades del mundo de la política que enviaron un telegrama al entonces presidente de Estados Unidos Jimmy Carter, quien pidió explicaciones al jerarca de la dictadura Videla y al poco tiempo gracias a esa intervención, el dirigente socialista lograría conquistar su libertad.
Diría después: “Cuando me dan la libertad viene a buscarme el mayor Gasparini, que era el nombre de guerra de Guglielminetti.
El tipo me dice: ‘Rápido, rápido, que nos tenemos que ir’. Yo no sabía por qué, en menos de cinco minutos agarré mis cosas y salimos disparando.
Los tipos ponen una baliza arriba del auto, y empezamos a subir por todos lados para rajar de la provincia, porque la provincia no me quería largar... Al punto que me vinieron a buscar de nuevo.
Yo ya estaba con libertad vigilada, y me vinieron a buscar y me salvaron los vecinos, que me hicieron saltar a la casa de al lado, ir por los techos, salir de ahí, porque me estaban esperando para reventarme esa noche.
Los mismos policías que cuidaban la casa me decían: ‘Profesor, haga algo, porque para matarlo a usted, estos tipos no se van a detener con nada, y nos van a matar a nosotros’.”
“Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue recorrerla, saludar a los míos, llorar, ver mi jardín: estaba un poco como alelado. Quería estar solo, sentarme en el jardín.
“Esa noche no pude dormir, extrañaba la dureza de la otra cama... Fue todo muy difícil, recomponer la vida sexual fue muy jodido. Me dolía todo el cuerpo. Llevó su tiempo porque depende mucho de la cabeza.
Tenés que serenarte, recomponerte. Y sí también tardaba en tener ganas.
En 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín lo designó Subsecretario de Actividad Profesional Docente del Ministerio de Educación y tres años más tarde se despidió del cargo cuando se promulgó la ley de Obediencia Debida, por la que alrededor de ochocientos oficiales de las Fuerzas Armadas quedaron en libertad.
Alfredo Bravo fue uno de los testigos de cargo en el juicio a los ex comandantes. Además, prestó declaración en el año 2001, en los Juicios por la Verdad en La Plata.
En 1991 electo diputado nacional por la Unidad Socialista junto a Guillermo Estévez Boero y Ricardo Florencio Molinas formaron un bloque que batalló en inferioridad numérica contra las transformaciones neoliberales.
Ingresó como diputado y fue reelecto en dos oportunidades (1995 y 1999).
A pesar de haber sido integrante de la Alianza –conformada por la UCR y el Frepaso- se distanció de la gestión de Fernando de la Rúa, por discrepar con el rumbo que había seguido la administración
En esa época, estrechó sus vínculos con Elisa Carrió, con quien trabajó en numerosos proyectos e investigaciones.
En el 2001 fue consagrado por el voto popular como senador por la ciudad de Buenos Aires (por la alianza ARI con Elisa Carrió) cargo que le fue despojado por la mayoría oficialista.
En los últimos meses, después de pelearse con Carrió y de conseguir la reunificación del Partido Socialista Democrático y el Partido Socialista Popular, optó por lanzarse en la carrera por la presidencia de la Nación.
Luego de participar activamente junto a muchos compañeros en la reunificación del Partido Socialista en el 2002, fue aclamado en un congreso partidario como candidato a Presidente para las elecciones de 2003, acompañado por Rubén Giustiniani como candidato a vicepresidente.
En la madrugada del lunes 26 de mayo de 2003, el corazón del hombre de 78 años no soportó el triple infarto, falleciendo el mismo día que asumía el presidente Néstor Kirchner.
Sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de la Nación, donde le demostraron respeto y admiración una amplia gama de personajes, tanto civiles como de la política.
En la despedida el discurso más emotivo fue el de Laura Bonaparte, que expresó:..”Parece increíble que el profesor ya no esté entre nosotros –comenté a uno de sus compañeros más íntimos.- No, no le digas profesor. Él siempre nos corregía fastidiado: “Soy maestro, maestro de grado”.