Antes del siglo XX, el cuento no tenía gran difusión, solamente algunos diarios y revistas recogían algunas producciones narrativas y eran muy pocos los libros editados de este género tanto en nuestra provincia como en Buenos Aires, hasta que nuestros problemas nacionales, el nuevo proyecto de país y la Argentina del Centenario con todas sus implicancias de cambio y desarrollo, hicieron que nuestros escritores volcasen en ”el cuento” su fervorosa creatividad.
Mateo Bozz, poeta, escritor y sin lugar a dudas, una de las figuras sobresalientes de la literatura de su provincia y por ende de su ciudad natal, sentía placer en ser cuentista, pintando las incontables figuras en movimiento constante – porque siempre las calles multitudinarias homogeneizan rostros, voces y colores.
“La ciudad que cambió la voz” es afirmación de su nunca olvidado cariño por la diáfana y desprejuiciada tradición del ámbito donde forjara su carácter, y que él mantuvo sin olvido, pese a los halagos y reconocimientos a sus méritos literarios que recibiera recibidos fuera del escenario nativo.
El historiador Wladimir Mikielievich nos recrea en el prólogo del artículo “Un dramaturgo en Rosario”. Revista de Historia de Rosario, Año VIII, Nº 19:“Miguel Angel Correa, autor de innumerables trabajos de plácido sabor provinciano y de quien se ha dicho que Santa Fe es Mateo Booz, su seudónimo literario, nació en Rosario en 1881 y vivió hasta 1943. Antes de abandonar su ciudad natal, tenía conquistado un puesto de relieve entre intelectuales argentinos.”
El dramaturgo delineó su andar por los años adolescentes, primero su deserción del Colegio Nacional para ingresar como tenedor de libros en un negocio de ventas al por mayor de géneros y ropa hecha, - trabajo que distaba de sus inquietudes y donde descubrió el poder del dinero, aplastante de la dignidad humana, donde calladamente el personal aceptaba los magros sueldos no equitativos a la “jornada laboral de 13 horas diarias”, por temor a la perdida del sustento.
La creatividad literaria bullía en su interior y pujaba por salir en sus pocas hora libres, a fin de revelar con su pluma, las urgencias sociales del pueblo trabajador, hasta que un día caminando por las calles de Dios, chocó inesperadamente con otro genio de las letras y fervoroso luchador de las reivindicaciones sociales, don Florencio Sánchez, director de la publicación La República, diario que había comenzado a publicarse el 10 de septiembre de 1898 como vocero de la Unión Cívica Radical.
Mateo Bozz no demoraría en ingresar a la imprenta del ese periódico, cuyo dueño don Emilio Schniffer, era por entonces nada menos que el propietario constructor de la Ópera (hoy Teatro El Cïrculo), situada entonces en Maipú 835.
Con Florencio Sánchez en una vida solitaria en su largo trajinar con nocturnidad hasta pleno día, tuvieron una fuerte incidencia creando lo mejor de la literatura localista del siglo veinte. Caminaban la noche cuando no los sorprendía el alba en el Café “El Numantino” situado en la esquina de Córdoba y Laprida.
Mateo Bozz, obrero de la obra periodística no oía la campana del reposo, pues aparte de su vida bohemia, leía lo que le cayera en las manos hasta el amanecer y a la luz de una lámpara, componía con pasmosa rapidez.
En 1902, el 12 de junio salió a la luz un nuevo diario “La Época” bajo la dirección de Ramón Cornell, donde a uno como dramaturgo y al otro como escritor y periodista, los lanzaría a la inmortalidad.
El desempeño de cargos jerárquicos en la administración provincial de Santa Fe a partir de 1912, y por el resto de su existencia, lo retuvieron en la ciudad capital.
Sosegado con el transcurrir de los años, fue creando una literatura regional con sus cuentos y novelas y, en ocasiones, sus poemas, soslayando la verdad histórica en aras del vuelo épico, contribuyeron a la consolidación de una concupiscencia localista.
Pero no incurrió en esta licencia al describir los ambientes, los tipos y las costumbres conocidos en su juventud, volcados en distintas notas periodísticas, temática que también abordó magistralmente en el libro “La ciudad cambió la voz”, editado en 1938, donde profundiza “que la urbe es hija del trabajo “ traducida en la vida de generaciones que aportaron sus granos de arena para erigir la majestuosa estructura de la existencia colectiva”.