Nos dice Miguel Angel De Marco: "Juana Azurduy fue una estrella fugaz en el firmamento de la emancipación americana".
En efecto, mientras Chuquisaca celebraba el aniversario de su revolución, agonizaba la Teniente coronel del ejército argentino, heroína de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en su pobre lecho olvidada de los hombres, con la sola compañía de un niño. Era el 25 de mayo de 1862.
De esa situación reitera Pancho O´ Donnell: "Vivió demasiado; 82 años. El destino quiso que se muriera un 25 de mayo; un joven minusválido que la acompañaba informó a las autoridades de Chuquisaca... Pero no hubo honras para la teniente coronela, porque todos estaban ocupados en la conmemoración de la fecha patria".
Seguramente una de las mujeres que mejor expresó las luchas revolucionarias por la Independencia fue Juana Azurduy, que en más de un sentido rompió los moldes de su época.
Juana Azurduy, nació el 12 de julio de 1788, en plena revolución andina de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, fruto de dos razas esforzadas y valientes, de rostro color mate, y dominadores ojos fuertes, como la tierra americana.
Su padre,Matías Azurduy, era propietario de una rica estancia en Toroca, provincia de Chayanta, cercana a Chuquisaca, mientras su madre era una “chola”, es decir mestiza , que en la conservadora sociedad alto peruana era una rareza.
La niña dotada de una gran imaginación y de un corazón al que no llegó nunca el desaliento, soñó desde muy joven con hazañas heroicas que liberasen a su Patria, de un régimen que para los nativos se mostraba opresivo.
La muerte temprana de sus padres la dejó junto a su única hermana, hundida en una soledad dolorosa, entrando así en el convento de Santa Teresa, aunque por su espíritu guerrero no se avino con los votos del claustro, prefiriendo pertenecer a la comunidad de frailes de San Ignacio de Loyola, como capitán de las milicias de la Iglesia o San Miguel, el guerrero o de San Luis, el cruzado.
Los altos muros del convento quedarían atrás cuando encontró a un antiguo amigo de su niñez, Manuel Ascencio Padilla, con quien consolidó sus aspiraciones de mujer y sus necesidades de liberar a las tierras chuzqueñas -como lo hiciera antes de su nacimiento - el levantamiento de Tupac Amaruc en 1780; como Dámaso Catari, descendiente de los Incas, sacrificado por sus ideas libertarias.
Al estallar el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca la gesta emancipadora y el 16 de julio en La Paz, se embanderarían Juana y su esposo, espada en mano, para conseguir un mundo mejor para los hijos de estas tierras.
El 14 de setiembre de 1810, Cochabamba proclamó su adhesión a la Junta de Buenos Aires y Padilla recibió el título de comandante.
Juana, dejó a sus hijos custodiados y protegidos, enrolándose en 1813 en el ejército, actuando en los combates de Salta y Tucumán, Vilcapugio y Ayohuma, junto al Creador de la Bandera, acompañando más tarde a Arenales, Warnes, Güemes y otros, en una época en que los hombres monopolizaban la política y la pelea en los campos de batalla.
Los Padilla harían suya la guerra sin más trámites exhibiendo en sus tropas los colores patrios desde las vestimentas e insignias. Para ellos resultaba coherente y justa la posición del General Belgrano y se resistían a aceptar las órdenes venidas desde el gobierno abajeño, como llamarían al centralismo porteño.
Esa mujer estoica y bravía se atrevió a empuñar el sable y a conducir soldados en jornadas gloriosas y días de dolor.
Bartolomé Mitre en su interesante trabajo: Las guerrillas en el Norte, describe el sistema de combate y gobierno conocido como “las republiquetas” que consistía en la formación, en las zonas liberadas, de centros autónomos de lucha liberados por un jefe político militar y en ellas andaba Juana con chaquetilla roja con franjas doradas y sombrerito con plumas azules y blancas en honor a la bandera de su querido general Belgrano.
Juana Azurduy de Padilla, su labor ciclópea, sólo comprensible dentro del marco de grandeza común en que se desenvolvían los hombres de su época hoy la Patria retacea el homenaje y los honores merecidos por sus hazañas.
No brilla en los himnos, ni en la memoria de las aulas, y nadie recuerda en las efemérides sagradas el fuego de las glorias vividas por esta mujer valiente, leal, justiciera y amante de la libertad de América.”
Ni Chuquisaca premió a su hija dilecta, ni recordamos que Belgrano se inclinó ante ella en el campo de batalla y le ofreció su espada o que Simón Bolívar la llamó "heroína”.