AUCELL MIGUEL (1728 - ?)

A diferencia de lo que sucedió en Méjico y el Perú, la actividad pictórica durante la colonia en esta región del Plata fue muy limitada, por no decir pobre; en primer lugar por el atraso económico en que se mantenía y luego la gran distancia que lo separaban de los otros virreinatos.


Por una declaración hiciera el Cabildo en 1785, se creó un centro de expresión pictórica porque hasta en ese año, no había pintor alguno en Buenos Aires.


 Es el caso que la Corte de España solicitó que le enviasen dibujos de los uniformes militares en uso en el virreinato y contestó el Cabildo que " las personas de quienes se solicitaron esos dibujos, en fe de conseguirlos no cumplieron, y otros no fueron capaces de desempeñar el intento". La frase que sería respuesta demuestra la existencia de dibujantes capaces de hacer esa labor, aunque por ignoradas razones no cumplieran.


Hasta entonces aquí no habían existido escuelas de pintura o el arribo  de maestros  españoles o flamencos pues la pobreza de sus moradores no les permitía encargar cuadros o imágenes a los talleres peninsulares, como sucediera en otras partes de América.


Ni siquiera llegarían  artistas trashumantes como aquel Angelino Medoro o como Mateo de Alesio que hicieran escuela en las costas occidentales de América, y si algún nombre apareció  en la primera centuria de la colonización es la de un tal Salazar de quien sólo se sabe que vino con Martín del Barco Centenera.


Allá por el siglo XVII (por las castas Anuas de 1615) aparecieron algunos artistas con obras que no se han podido identificar.


Al llegar el siglo XVIII aparecieron en la capital del virreinato figuras de cierto valor, especialmente los españoles Aucell y Salas y los italianos Camponeschi y De Petris, cuyas  actividades  se concentrarían  alrededor de la iglesia, en cuyos edificios  plasmaron obras  sobresalientes.


Sobre Miguel Aucell, otro de esos notables del setecientos, escribió una monografía Héctor Schenone.


Nacido en Valencia en 1728, sería el primer pintor de envergadura llegado a estas regiones.


Nada se sabe acerca de su escuela y antecedentes europeos,  pero lo más probable es que habría formado su fibra artística en su ciudad natal.


Sólo se sabe que se radicó en Buenos Aires en 1754, cuando ésta era una aldea colonial que dormía sus sueños sobre la margen occidental del Río de la Plata, tablero de ajedrez irregular, con sus treinta manzanas, con frente al río por las quince que penetraban en las pampas, cumpliendo en su diseño las normas de edificación fijadas para los poblados coloniales desde la metrópoli.


Tres años después Aucell se casaría con Teresa Dávila, contrayendo segundas nupcias en 1762 con otra española  Manuela Domínguez, con quien formaría una prolífera familia, siete hijos nativos de las nuevas tierras.


En la capital del virreinato, de inmediato sus tres primeros lienzos obtuvieron una verdadera consagración: El  San Ignacio en lienzo corredizo del retablo principal del templo homónimo de Buenos Aires, la Resurrección de Cristo (1760) sería la mejor obra de Aucell, muy barroca en su composición en tanto grandilocuente su  dibujo algo amanerado, en el convento de San Francisco y el de San Luis (1761) de la capilla de San Roque.


La Resurrección de Cristo del templo de San Francisco como el San Luis Rey pintado en 1761 se perderían sacrílegamente  doscientos años después, cuando las turbas enceguecidas  incendiaran   las iglesias en junio de  1955.


El tercer de esos cuadros aún hoy se conserva en San Ignacio, que representa al Santo Fundador de la Orden Jesuítica en actitud de oración acompañado por dos ángeles y coronada la tela por la Santísima Trinidad, rodeada de querubines, también es de estilo barroco.


Seguramente esas producciones debieron  provocar un impresionante impacto en medio de la pobreza artística de ese  Buenos Aires colonial  tanto que el Cabildo le encargaría  dos retratos de Su Majestad Católica, pinturas cuyo destino actualmente se desconocen.


Ausell por entonces alternó sus actividades artísticas con operaciones comerciales, logrando una posición económica desahogada que le permitiría cierta independencia de los mandatos  en materia de imposiciones peninsulares.


El Cabildo otra vez le asignaría un nuevo trabajo como la realización de  un retrato de cuerpo entero del virrey Pedro de Ceballos, proyecto malogrado porque el virrey no podía posar dos horas diarias durante días, dado que por  entonces le urgían dos graves asuntos de estado: terminar la guerra de rapiña  de los indios pampeanos que casi llegaban a las puertas del poblado y exigir  a los Alcaldes de la Hermandad que reprimieran la delincuencia en la campaña.


Nada se sabe de su producción en el resto de su existencia, pero es justo reconocerlo como un pintor consagrado en la Buenos Aires virreinal.

 

Bibliografía:
Anales del Instituto de Arte Americano N° 13.  Bs.As. 1960.
Furlong Guillermo: "El trasplante cultural: Arte". Editorial Tipográfica Editora Argentina. Buenos Aires .1969.
Buschiazzo M: “La arquitectura colonial y las artes en las gobernaciones de Tucumán,  Cuyo  y Río de la Plata en la época colonial”.

Ausell. Miguel Pasaje. Topografía:
Corre de E. a O. desde el 2500 al 2599 a la altura de Mossi 6000, es paralela a Av. Batlle y Ordoñez 2500.
Se le impuso ese nombre por Decr.  4674 del 16 de setiembre de 1977.
Recuerda al pintor español Miguel Ausell, considerado como el más destacado que actuara en Buenos Aires en la época colonial.