Cuando Don Pedro de Mendoza, dejó para siempre su asiento en Buenos Aires, embarcándose para España por razones de salud, designó a Juan de Ayolas gobernador delegado, con la expresa orden de buscar “Las Sierras del Plata”, tierra de fabulosas riquezas.
De inmediato, Ayolas cumpliendo las órdenes del Adelantado, se embarcó por el río Paraguay, siempre al Norte. Sería un viaje azaroso pues la gente de color huía al ver hombres blancos que nunca habían visto.
El ambiente era tan malo que “visiblemente parecía que en los aires ambulaban los demonios”.
Cerca del Paraguay naufragó uno de los bergantines, de modo que los otro dos restantes no podían llevar a los ciento sesenta hombres formaban la expedición.
Parte de la gente navegaba mientras que otra caminaba a pie por la costa.
Al llegar a la boca del Paraguay pudieron avanzar gracias a la etnia de los cinamecaces , quienes les facilitaron algo de comida y canoas. De este modo llegaron hasta otra etnia, los carios o guaraníes, donde fueron bien recibidos.
La expedición continuó hasta hallar un puerto que llamó Candelaria, por ser el 2 de febrero de 1537, día de la Virgen de la Candelaria.
En ese paraje, Ayolas y sus hombres encontraron a un indio que había sido esclavo de Alejo García, el naúfrago de Solís que desde la costa de Santa Catalina (Brasil) había recorrido medio continente hacia el Sur, quien alimentaría sus fantasías de riquezas que había hacia el Occidente.
Ayolas dejó al mando de Domingo Martínez de Irala, un contingente de 30 hombres y una india como mujer que le había regalado a Ayolas un jefe indio, en tanto él con otro grupo se internó por tierra rumbo al oeste, debiendo ser su viaje sumamente infortunado.
Seguramente debió enfrentarse con selvas impenetrables pobladas de alimañas y de indígenas hostiles, pues meses después recién llegaría a saberse de su suerte.
Antes de su partida, Mendoza también había ordenado también a Juan de Salazar que acudiese en ayuda de Ayolas y en la Candelaria halló a Irala, encuentro celebrado con gran regocijo, decidiendo juntos iniciar una infructuosa búsqueda.
Luego Salazar se movería buscando predio donde hacer fundación de un poblado, tal como se lo había prometido a su superior Pedro de Mendoza y a unos indígenas amigos.
Para hacerla, y de acuerdo con Irala, puso velas hacia el Sur, bajando el río Paraguay, hasta un sitio donde el 15 de agosto de 1537, dejó asentado un fuerte que llamara Nuestra Señora de la Asunción, en honor a la festividad de la Virgen.
Los aborígenes se mostraron solícitos y propicios a la par que sus mujeres ejercían creciente seducción sobre aquellos conquistadores afincados en aquella inmensa tierra Lambaré (Hoy Paraguay).
El plano levantado de la Asunción mostraba un trazado irregular, enteramente distinto al de las otras urbes americanas de origen español, en las cuales se había aplicado el damero que prescribía la legislación indiana.
En los siglos siguientes la idea de traslado de Asunción no prosperó porque los asunceños amaban a su ciudad y pese a sus inconvenientes topográficos la consideraban “amparo y reparo de la Conquista, cuna de la civilización del Río de la Plata y Teatro de la Revolución de los Comuneros” ostentando con orgullo el título de madre de Buenos Aires y de las principales ciudades coloniales del Río de la Plata.”
Ya en Buenos Aires, Salazar preconizó las ventajas del territorio que había recorrido, exhibiendo algunas tallas de plata, alabando la calidad de los productos, frutos de la tierra, la mansedumbre de los naturales, el atractivo de las mujeres guaraníes, señalando una vez más la proximidad de la famosa Sierra de Plata.
Jorge Lanata en su libro “Argentinos” como hecho anecdótico explica que “el padre jesuita Pedro Lozano en su "Historia del Paraguay" hubo afirmado que la yerba era el medio más idóneo que pudieran haber descubierto para destruir al género humano o la nación miserabilísima de los indios guaraníes."
En 1600 se consumían en Asunción cuatrocientos kilogramos de yerba por día dándose un vicio que sin freno todo el pueblo iría tras ellos”.
El Procurador Alonso de La Madrid se indignaba diciendo: “Es una vergüenza, mientras los indios lo toman una sola vez al día, los españoles lo hacen durante toda la jornada”.
A los jesuitas les fue permitido el cultivo (por no decir el monopolio) de la yerba mate hasta 1767, y hacia el 1800 ya se había extendido y generalizado en el territorio del Virreinato del Río de la Plata.
Bibliografía:
Cardozo Efraín: “Historia de Levillier”. Tomo II. Buenos Aires 1968.
Profesor Rampa, Alfredo C. Editorial A-Z
Asunción. Pasaje. Topografía:
Corre de E. a O. entre las calles Riobamba y La Paz, desde la calle Matienzo a la avenida Provincia Unidas en el barrio Azcuénaga.
Se le impuso ese nombre por D. 24341 del año 1960.
Recuerda a la ciudad capital de la Rep. del Paraguay, primer foco de civilización europea en el Río de la Plata.
Con anterioridad se denominó cortada José B. Soler al tramo comprendido entre las calles Matienzo y Pedro Lino Funes y cortada Marull al tramo que va desde calle Garzón a la avenida Provincias Unidas.