Entre los años 1777 y 1812 entraron al puerto de Buenos Aires y Montevideo más de 700 barcos; estos conducían 72 mil esclavos africanos y hacia 1810, la capital contaba con alrededor de 40 mil habitantes, calculándose que un tercio de esa población, era de origen africano.
Que el país fue forjado por inmigrantes blancos europeos es un mito que de a poco se está derribando, ya que los africanos habitaron Buenos Aires desde el año 1585 y su legado cultural es parte de nuestra idiosincrasia.
La profesora Guadalupe Palacio de Gómez con referencia a la Asamblea del Año XIII de las Provincias Unidas del Río de la Plata que dictó la “libertad de vientres” en el año 1813, expresa: “que si bien la Honorable Asamblea logró una real conquista con respecto a la gente de color, consistió en una verdadera victoria en los pliegos, pero no en la realidad, ya durante y fines del siglo XVII llegaron a Buenos Aires gran número de esclavos, provenientes de Angola, Congo y Mozambique y otros del sudeste de África.”
Otros de los países fue Uruguay, junto con la provincia de Córdoba, también fueron receptores de esclavos, como los que trabajaron en las estancias jesuíticas del litoral, las que fueron sostenidas en su actividad y productividad, gracias a esa mano de obra negra/esclava.
Hasta 1860, en Buenos Aires, los negros fueron sometidos a trabajos forzados, mientras las esclavas vivían en el tercer patio, lejos de las habitaciones principales.
A pesar de ser empleadas domésticas, y muchas veces esclavas del patrón, las prácticas higiénicas eran muy rudimentarias, más la falta de cuidados en el parto, hicieron estragos desencadenando muchas muertes de jóvenes negras, más una mortalidad infantil elevada.
Ahora bien, para la investigadora porteña Marisa Pineau, la historia de África estuvo silenciada, pero con el correr del tiempo se retomaron estudios que aportaron elementos para reflexionar y conocer nuevos aspectos de la presencia negra en el Río de la Plata:
“Es interesante conocer cómo se daban las relaciones de los esclavos con los amos, que no era sólo relaciones de servidumbre. Los esclavos, como todos los grupos subalternos, actuaban, tenían iniciativa y comunidades. Nos impregnaron de saberes, poseían conocimientos sobre cuestiones medicinales, agrícolas, manejo de la madera y el hierro. Esto nos hace pensar que no fueron solo fuerza de trabajo”, explica la historiadora, como el caso del origen del dulce de leche argentino, las achuras e inclusive las payadas, elementos claves en nuestra argentinidad, que realmente tienen raíz africana”.
En épocas donde no había método de conservación que contuviera la abundancia de carne de vaca que había en el territorio, los blancos degustaban la carne asada descartando las mollejas, la tripa gorda, los chinchulines; mientras tanto, esos “desperdicios” eran consumidos por los negros. Actualmente, es una de las exquisitas particularidades del asado argentino.
Y la figura del payador fue un clásico, aunque si bien su imagen se la vincula a la historia rural argentina, se debe recordar con honor a Gabino Jacinto Ezeiza, un afrodescendiente que nació en San Telmo en febrero de 1858.
Detrás del gran artista se escondió un gran líder político y social de la comunidad afroargentina. Puente entre dos épocas, luchador incansable por la libertad y la igualdad, un revolucionario de armas tomar, dispuesto a dar la vida por sus ideales, Gabino Ezeiza fue uno de los poetas más brillantes de su generación y también un líder con mayúscula, con el que la historia argentina mantiene una gran deuda.
El Negro Ezeiza, cómo le decían, murió un 23 de julio de 1884, tras derrotar en un duelo de payadas de contrapunto al cantor uruguayo Juan de Nava.