AMAZONAS
Vicente Yáñez Pinzón, con sus ojos atónitos, dio gracias a Dios, que en ese venturoso día del 1500, sus carabelas se habían salvado por milagro de las aguas furiosas del mar, tocando tierra firme (Brasil), más no se quedó quieto, decidió proseguir y recorrer la costa.
¡Cual fue su sorpresa, al hallar de pronto las bocas de un increíble río, que en esa tierra llamaban “Marañón” y que él llamaría “Santa María de la Mar Dulce”(Amazonas)”.
No sabemos si el marino sospechó que había descubierto el río más caudaloso del mundo y más aún no sospechó que el río tenía aguas arriba, secretos y misterios.
La proeza de Orellana:
Tras el incentivo del oro y la canela salió de Quito don Gonzalo Pizarro con una expedición hacia las faldas orientales de la Cordillera. Iba con él el Capitán Francisco De Orellana, quien a fines de 1541 se adelantó con 57 compañeros en un desvalido bergantín. Tenía el propósito de volver, pero por su espíritu aventurero, prefirió seguir.
Las aguas del río Napo lo llevaron al Marañón y por este navegó más de 4000 km sufriendo hambre, penurias y la hostilidad de las “amazonas” que eran mujeres de las tribus ribereñas.
Al cabo de varios meses, Orellana llegó a la desembocadura, el 26 de agosto de 1542. Algunos años después, Orellana volvió a la conquista de la amazona, pero el río le fue hostil, pues al poco de remontar su cauce halló la muerte.
La atrevida sorpresa de Orellana dio origen al más sorprendente mito de la conquista de América: La conquista del Amazonas.
¿Existieron las amazonas?
Según la feliz interpretación de Enrique de Gandía, las diez o doce amazonas que lo expedicionario creyeron ver en el fragor del combate pudieron ser hombres imberbes o acaso mujeres de verdad que compartían con los nativos la desesperada defensa del territorio.
En la selva amazónica se suceden kilómetros y kilómetros de verde espeso, impenetrable, a ratos interrumpido por serpenteantes cursos de agua.
El Amazonas impresiona, a quién intenta explorarlo, como una extensión insondable, mágica, casi irreal.
Es un infierno insondable, denso, desmedido, enigmático, oscuro, que provoca especulaciones acerca de su incalculable potencial genético; que despierta todas las fantasías sobre miles de moradores que nunca tuvieron contacto con la civilización, que trae a la memoria las épicas aventuras de otros tiempos, inspiradas en leyendas de tesoros ocultos que prometían la riqueza eterna.
A esa jungla inalcanzable cómo pudo llegar el arrojo y la voracidad de los conquistadores europeos del siglo XVI que navegaron esos ríos desconocidos apestados de alimañas, en busca de oro, y ¡cuán grande y hasta delirante diríamos, fue la vocación de evangelizar de los misioneros que se adentraron en ese mundo ignoto!
La evangelización de los aborígenes de la región del Paraguay fue obra de jesuitas y franciscanos quienes nos dejaron testimonios fehacientes de sus costumbres y moralidad. Muchos de esos padres fueron muertos brutalmente.
Guiándonos por la Carta que enviara Pero Vaz de Caminha (1450? – 1500?) al rey de Portugal, resultando el descubrimiento de esa tierra brasileña por la armada de Pedro Alvares Cabral de la que formaba parte, asentaba en dicho documento que los aborígenes encontrados eran de faciones pardas “a modo de rojizas de buen rostro, y buenas narices bien hechas”.
Andaban totalmente desnudos, pues no creían necesario cubrirse ni se avergonzaban de mostrar sus partes.
Tenían el labio superior perforado, atravesados muchos de ellos con huesos blancos, cabellos lacios, aunque rapados hasta arriba de la orejas.
Caminha se asombró de la inocencia de aquellos indios, considerándolos como almas dispuestas para recibir la semilla de Evangelio.
Carlos Luque Colombres en el trabajo “Investigaciones y ensayos N° 43” de la Academia Nacional de la Historia con el título “Los aborígenes americanos en la época del descubrimiento.
Su concepto de la moralidad a través de usos y costumbres regionales” expone las distintas expresiones culturales de aquella Indiamérica, haciendo referencia sobre la relación de los indios del Brasil con el nuevo descubrimiento del famoso Río del Amazonas, cuyo autor fue el fraile dominico Gaspar de Carvajal (1504-1584) quién acompañó al capitán Francisco de Orellana como lugarteniente en su expedición desde el río Coca navegando por el Amazonas hasta el Atlántico desde 1541 hasta 1542.
El Padre Carvajal escribió sobre las costumbres indígenas, con brevedad, pero se detuvo en aquellas mujeres guerreras que llamó “amazonas” como las legendarias de ese nombre.
“Muy altas y blancas, tienen el cabello muy largo y entrenzado y revuelto a la cabeza. Muy membrudas, andaban desnudas, en cueros y atapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanto guerra como diez indios.
Por su parte el jesuita Cristóbal de Acuña (1597-1676) afirmó - los pueblos ribereños del Amazonas, habitados por bárbaros de 150 naciones, con lenguas diferentes, son belicosos entre sí, pero no con los españoles de los que prefieren huir.
Ya mansos y apacibles con los conquistadores, prometían grandes esperanzas de que si se les evangelizara abrazarían el cristianismo con poca dificultad.
“Toda la gente que en este río Amazonas, puedo decir en muy buena razón, son muy vivos e ingeniosos, según parece por todas las obras que hacen, así de cultos como sus dibujos y pinturas de todos colores, muy buenas, que es cosa maravillosa de ver”, según Luis Nicolau D´ Oliver en “Cronistas de las culturas precolombinas” Méjico, Buenos Aires. 1963.
Bibliografía:
Enunciada en el texto.
Amazonas. Pasaje. Topografía:
Corre de E. a O. desde 3200 hasta 3299, entre las calles Crespo y Vera Mújica y desde 3700 hasta 3899 a la altura de Castellanos 3200.
Carece de designación oficial.
Antes se llamó Pasaje "C" y Pasaje "2"
Recuerda a los pueblos que ocuparon el área amazónica durante la conquista de la región.