ABIPONES

La penetración hispánica en estas regiones del norte santafesino, el Chaco y el Paraná fue penosa y difícil porque los españoles no lograron prestamente someter a los indígenas, ni tampoco los misioneros atraerlos a un orden humano. La razón era que esas tribus no integraban teocracias indígenas constituidas como en otras partes de América.


El área chaqueña ocupa  una parte considerable  de la provincia de Santa Fe: es la que integra la región del Gran Chaco, a partir del Norte del río Salado.


En esa región estaba establecido un grupo calchaquí y sus vecinos inmediatos: los abipones.

Esta etnia como los mocovíes, tobas y pilagás pertenecían al grupo guaycurú que en el siglo XVII llegaron al litoral desde la margen izquierda del Bermejo.

Los abipones, pueblo recolector-cazador típicamente chaquense, adoptaron el caballo. Su movilidad y sus prácticas guerreras fueron influenciadas por la posesión del mismo.

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Martín Dobrizhoffer recogió  de boca de ancianos de este grupo, detalles de cómo se volvió “ecuestre”.


El mismo cronista  expresa que elaboraban las monturas con cuero crudo de vaca que rellenaban con juncos.


No usaban  espuelas, sí  de  un látigo de cuatro pieles de buey  dobladas en forma de tablitas.


Vivían en una sociedad libre y con su belicosidad regían el destino de los pueblos ribereños.


El historiador Manuel Cervera, en su “Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe” expresa: “Los abipones eran parecidos a los tobas, aunque más feroces y en guerra continuada con sus vecinos.”


“Lucían desnudos, de cuerpos altos y miembros fornidos, llevando pendiente del cuello la macana, con aljaba en la espalda, en la mano izquierda el arco, y en la derecha la lanza, y pintaban su cuerpo imitando los colores del tigre, con plumas de avestruz en la nariz, labios y orejas como si quisieran volar”.

El historiador Manuel Cervera, en su “Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe” expresa: “Los abipones eran parecidos a los tobas, aunque más feroces y en guerra continuada con sus vecinos.”

“Lucían desnudos, de cuerpos altos y miembros fornidos, llevando pendiente del cuello la macana, con aljaba en la espalda, en la mano izquierda el arco, y en la derecha la lanza, y pintaban su cuerpo imitando los colores del tigre, con plumas de avestruz en la nariz, labios y orejas como si quisieran volar”.

La penetración hispánica en esas regiones del norte santafesino, el Chaco y el Paraná fue penosa y difícil porque los españoles no lograron prestamente someter a los indígenas, ni tampoco los misioneros atraerlos a un orden humano. La razón era que esas tribus no integraban teocracias indígenas constituidas como en otras partes de América.

Vivían en una sociedad libre y con su belicosidad regían el destino de los pueblos ribereños.

El historiador Manuel Cervera, en su “Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe” expresa: “Los abipones eran parecidos a los tobas, aunque más feroces y en guerra continuada con sus vecinos.”

“Lucían desnudos, de cuerpos altos y miembros fornidos, llevando pendiente del cuello la macana, con aljaba en la espalda, en la mano izquierda el arco, y en la derecha la lanza, y pintaban su cuerpo imitando los colores del tigre, con plumas de avestruz en la nariz, labios y orejas como si quisieran volar”.

 


Educados en la guerra, eran reputados los que horadaban sus cuerpos en muchas partes, no pudiendo llamarse guerrero, el que no hubiera muerto a un enemigo. Se rapaban el pelo de la frente, y realizaban rituales orgiásticos. Algunas prácticas sangrientas, como la caza de cabelleras, eran comunes. Caídos en la pelea, vecinos o extraños lo decapitaban y disecaban su cabeza quitándole la piel, incluso de la cara  con una extraordinaria perfección y luego conducida en unos horcones la colgaba, mientras las mujeres bailaban celebrando el valor de sus hombres.


Ellas se golpeaban la cara en señal de regocijo y en línea de color  pintaban una cruz en la frente. Era costumbre tatuarse  el rostro en épocas de menstruación y al casarse. Por lo general usaban el delantal pubiano, pero en época de frío se cubrían con mantas de cuero de venado o nutria.


Sus fiestas se alegraban con el sonido de maracas, palos zumbadores, tambores, flautas y silbatos.


Con arpones, diques y redes pescaban surubíes y otros ejemplares de la fauna ictícola de los ríos chaqueños, empero se abstenían de consumir pescado y de pintarse en período de duelo.


 Transcurridas dos centurias de la llegada del blanco, la falta de alimentos allá por 1748, impulsó a los caciques abipones con sus familias a doctrinarse, dando origen a las reducciones.


Empero con la expulsión de los jesuitas en 1767 se agudizaría  el problema de los malones. Los aborígenes regresaron a la vida salvaje y a principios del siglo XIX, el Gran Chaco permanecía todavía inexplorado.

 

 

Bibliografía:
Cervera M.: “Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe.” Archivo del Departamento de Estudios Etnográficos y coloniales de Santa Fe. Tomo II.

 

Abipones. Pasaje. Topografía:
Corre de N. al S. desde el 600 al 699 entre las calles San Lorenzo y Santa Fe 8000, paralela a Wilde.
 Se le impuso en nombre por Decr. 4673  del 13 de setiembre de 1977.
Recuerda a la nación indígena del Chaco denominada “abipones.”